Mae, seamos honestos: la vara con los perros en los centros comerciales ya se convirtió en un despiche y era cuestión de tiempo para que pasara a más. Lo que vimos en Multiplaza Escazú y en Momentum Pinares, con dos chiquitos mordidos, no es mala suerte. Es la crónica de una torta anunciada. De un día para otro, todo lugar se autoproclamó “pet friendly” y, ¡qué chiva la idea!, pero parece que a muchos se les olvidó leer la letra pequeña que viene con la responsabilidad. Porque una cosa es llevar al chunche de cuatro patas a un parque y otra muy distinta es meterlo en medio del gentío, las luces y el escándalo de un mall un sábado por la tarde.
Diay, es que aquí es donde la puerca tuerce el rabo. Una veterinaria, Karla Quesada, lo puso clarísimo y es casi de sentido común: la bronca es de los adultos. Tanto del tata o la mamá que deja que su güila se le tire encima a cualquier perro como si fuera un peluche, como del dueño que anda al perrito como si fuera un accesorio de moda, sin tener la más mínima idea del estrés que le está causando. La experta insiste en que cualquier perro, CUALQUIERA, puede reaccionar mal. El ejemplo del labrador que mordió a la niña en Curridabat es perfecto. La gente oye “labrador” y piensa en el perrito del papel higiénico, pero se les olvida que es un animal, no un juguete. Si el perro está hasta la coronilla del ruido y de pronto siente un manazo sorpresa, va a reaccionar. ¡Qué sal!, sí, pero una sal que se pudo evitar.
Y aquí va una mini-guía para evitarse el dramón, porque parece que hay que explicarlo con manzanas. Si un perro pone las orejas para atrás, mete la cola entre las patas, gruñe o se pone tieso, mae, ¡no lo toquen! El animal le está gritando en su idioma: “¡Déjeme en paz!”. La vara es tan simple como preguntarle primero al dueño. Y si el dueño le da luz verde, el acercamiento tiene su ciencia: despacio, de lado, sin verlo a los ojos fijamente (eso para ellos es un reto) y dejando que primero huela la mano hecha un puño. Nada de ir de un solo a sobarle la jupa o, peor aún, jalarle la cola. Son detalles que marcan la diferencia entre una caricia y una visita a emergencias.
Ahora, la pregunta del millón: ¿realmente es necesario andar con el perro para arriba y para abajo en tiendas y moles? La misma veterinaria Quesada lo cuestiona, y con toda la razón. A menos que sea un animal de asistencia o apoyo emocional entrenado hasta los dientes, su lugar seguro es la casa. La mayoría de mascotas no están socializadas para aguantar ese nivel de estímulos. Se ponen nerviosos, se estresan y, ante cualquier cosa, la probabilidad de que un accidente ocurra se dispara. Entiendo que amemos a nuestras mascotas, pero a veces el mayor acto de amor es dejarlos tranquilos en su espacio, en lugar de arrastrarlos a nuestro propio caos por puro capricho.
Como era de esperarse, después del ahogado, el sombrero. El Ministerio de Salud tuvo que meter la cuchara y ahora sacó un reglamento para poner orden en este brete. Básicamente, si un local quiere ser “pet friendly”, tiene que cumplir con un montón de varas: rotulitos claros, tener dónde botar los desechos, contar con planes de emergencia y, lo más importante, exigir que el animal ande con correa y bajo control de un adulto. Si no cumplen, les cae la multa, la suspensión del permiso o hasta la clausura. Parece que nos tuvieron que regular el sentido común a punta de ley. Al final, este despiche nos obliga a todos a pensar mejor las cosas.
Maes, ahora les pregunto a ustedes, ¿de quién es la responsabilidad final en estos casos? ¿Del dueño que no conoce a su propio perro, de los padres que no supervisan a sus hijos, del centro comercial que promueve el “pet friendly” sin las medidas adecuadas o del gobierno que reacciona tarde? ¿O será que la cultura “pet friendly” se nos fue de las manos y la estamos aplicando a la tica, o sea, a medias? ¡Los leo en los comentarios!
Diay, es que aquí es donde la puerca tuerce el rabo. Una veterinaria, Karla Quesada, lo puso clarísimo y es casi de sentido común: la bronca es de los adultos. Tanto del tata o la mamá que deja que su güila se le tire encima a cualquier perro como si fuera un peluche, como del dueño que anda al perrito como si fuera un accesorio de moda, sin tener la más mínima idea del estrés que le está causando. La experta insiste en que cualquier perro, CUALQUIERA, puede reaccionar mal. El ejemplo del labrador que mordió a la niña en Curridabat es perfecto. La gente oye “labrador” y piensa en el perrito del papel higiénico, pero se les olvida que es un animal, no un juguete. Si el perro está hasta la coronilla del ruido y de pronto siente un manazo sorpresa, va a reaccionar. ¡Qué sal!, sí, pero una sal que se pudo evitar.
Y aquí va una mini-guía para evitarse el dramón, porque parece que hay que explicarlo con manzanas. Si un perro pone las orejas para atrás, mete la cola entre las patas, gruñe o se pone tieso, mae, ¡no lo toquen! El animal le está gritando en su idioma: “¡Déjeme en paz!”. La vara es tan simple como preguntarle primero al dueño. Y si el dueño le da luz verde, el acercamiento tiene su ciencia: despacio, de lado, sin verlo a los ojos fijamente (eso para ellos es un reto) y dejando que primero huela la mano hecha un puño. Nada de ir de un solo a sobarle la jupa o, peor aún, jalarle la cola. Son detalles que marcan la diferencia entre una caricia y una visita a emergencias.
Ahora, la pregunta del millón: ¿realmente es necesario andar con el perro para arriba y para abajo en tiendas y moles? La misma veterinaria Quesada lo cuestiona, y con toda la razón. A menos que sea un animal de asistencia o apoyo emocional entrenado hasta los dientes, su lugar seguro es la casa. La mayoría de mascotas no están socializadas para aguantar ese nivel de estímulos. Se ponen nerviosos, se estresan y, ante cualquier cosa, la probabilidad de que un accidente ocurra se dispara. Entiendo que amemos a nuestras mascotas, pero a veces el mayor acto de amor es dejarlos tranquilos en su espacio, en lugar de arrastrarlos a nuestro propio caos por puro capricho.
Como era de esperarse, después del ahogado, el sombrero. El Ministerio de Salud tuvo que meter la cuchara y ahora sacó un reglamento para poner orden en este brete. Básicamente, si un local quiere ser “pet friendly”, tiene que cumplir con un montón de varas: rotulitos claros, tener dónde botar los desechos, contar con planes de emergencia y, lo más importante, exigir que el animal ande con correa y bajo control de un adulto. Si no cumplen, les cae la multa, la suspensión del permiso o hasta la clausura. Parece que nos tuvieron que regular el sentido común a punta de ley. Al final, este despiche nos obliga a todos a pensar mejor las cosas.
Maes, ahora les pregunto a ustedes, ¿de quién es la responsabilidad final en estos casos? ¿Del dueño que no conoce a su propio perro, de los padres que no supervisan a sus hijos, del centro comercial que promueve el “pet friendly” sin las medidas adecuadas o del gobierno que reacciona tarde? ¿O será que la cultura “pet friendly” se nos fue de las manos y la estamos aplicando a la tica, o sea, a medias? ¡Los leo en los comentarios!