Bueno, maes, agárrense porque ya llegó el regalito de setiembre del Gobierno para la Asamblea Legislativa: el plan de gastos para el 2026. Y como ya es costumbre, la cifra viene con más ceros que la cuenta de un jeque árabe. Estamos hablando de ¢12,8 billones. Sí, con ‘b’ de ‘barbaridad’. A simple vista, uno podría pensar que es solo un numerito más, un 3,1% de aumento respecto a este año. Pero diay, cuando uno le raspa un poquito a la pintura, se da cuenta de que la procesión va por dentro y que seguimos en la misma película de siempre, solo que con el volumen de la deuda más alto.
Aquí es donde la vara se pone color de hormiga y uno dice, ¡qué despiche! Resulta que de toda esa millonada, solo un 61% se va a financiar con lo que de verdad le entra al Gobierno, o sea, nuestros impuestos y otros ingresos. ¿Y el resto? Un jugoso 38,7%, casi ¢5 billones, se va a cubrir pidiendo más plata prestada. Es como si de cada 100 pesos que vamos a gastar, casi 40 son de una nueva tarjeta de crédito. Pero esperen, que el chiste se cuenta solo: el rubro que más plata se va a comer de todo el presupuesto es, precisamente, el pago del servicio de la deuda, con un increíble 42,3%. En buen tico: estamos pidiendo prestado para pagar las deudas que ya teníamos. Un ciclo vicioso que parece no tener fin.
Después de esa millonada para los acreedores, ¿qué queda en la olla para el resto del país? Pues un 27,2% se va en transferencias (a las munis, universidades, la Caja, etc.) y un 23,9% en pagar salarios. Lo que queda es un vuelto para todo lo demás. La foto de rigor no faltó, por supuesto: el ministro de Hacienda, Rudolf Lücke, muy sonriente entregándole el mamotreto a Rodrigo Arias y a Paulina Ramírez. Ahora empieza el verdadero zafarrancho en Cuesta de Moras, donde los diputados tienen hasta el 20 de octubre para analizar, recortar, pegar gritos y finalmente decidir qué hacen con este plan.
Lo que más preocupa es que esta dinámica ya se siente como el pan de cada día. Cada año, la noticia es la misma: el presupuesto crece, la deuda también, y la mayor parte del queque se va en intereses y amortizaciones. Es un monstruo que se alimenta a sí mismo y que deja cada vez menos margen para invertir en lo que de verdad importa: infraestructura, seguridad, salud o educación de calidad. El brete de los diputados en la Comisión de Hacendarios va a ser titánico, pero la pregunta es si de verdad tienen el poder o la voluntad para cambiar un rumbo que ya parece trazado en piedra.
Al final del día, más allá de los porcentajes y los billones, la pregunta del millón sigue en el aire para todos nosotros, los que pagamos la fiesta con nuestros impuestos. Nos toca ver cómo este chunche de ¢12,8 billones nos va a afectar el bolsillo y la calidad de vida el próximo año. Porque esa plata no sale de un árbol, sale de nuestro brete diario. Así que, abro el foro para que nos desahoguemos un poco: Ustedes qué dicen, ¿creen que algún día vamos a salir de este ciclo de pedir prestado para pagar lo prestado, o ya esto es parte del ADN tico? ¿Hay alguna luz al final de este túnel de deuda?
Aquí es donde la vara se pone color de hormiga y uno dice, ¡qué despiche! Resulta que de toda esa millonada, solo un 61% se va a financiar con lo que de verdad le entra al Gobierno, o sea, nuestros impuestos y otros ingresos. ¿Y el resto? Un jugoso 38,7%, casi ¢5 billones, se va a cubrir pidiendo más plata prestada. Es como si de cada 100 pesos que vamos a gastar, casi 40 son de una nueva tarjeta de crédito. Pero esperen, que el chiste se cuenta solo: el rubro que más plata se va a comer de todo el presupuesto es, precisamente, el pago del servicio de la deuda, con un increíble 42,3%. En buen tico: estamos pidiendo prestado para pagar las deudas que ya teníamos. Un ciclo vicioso que parece no tener fin.
Después de esa millonada para los acreedores, ¿qué queda en la olla para el resto del país? Pues un 27,2% se va en transferencias (a las munis, universidades, la Caja, etc.) y un 23,9% en pagar salarios. Lo que queda es un vuelto para todo lo demás. La foto de rigor no faltó, por supuesto: el ministro de Hacienda, Rudolf Lücke, muy sonriente entregándole el mamotreto a Rodrigo Arias y a Paulina Ramírez. Ahora empieza el verdadero zafarrancho en Cuesta de Moras, donde los diputados tienen hasta el 20 de octubre para analizar, recortar, pegar gritos y finalmente decidir qué hacen con este plan.
Lo que más preocupa es que esta dinámica ya se siente como el pan de cada día. Cada año, la noticia es la misma: el presupuesto crece, la deuda también, y la mayor parte del queque se va en intereses y amortizaciones. Es un monstruo que se alimenta a sí mismo y que deja cada vez menos margen para invertir en lo que de verdad importa: infraestructura, seguridad, salud o educación de calidad. El brete de los diputados en la Comisión de Hacendarios va a ser titánico, pero la pregunta es si de verdad tienen el poder o la voluntad para cambiar un rumbo que ya parece trazado en piedra.
Al final del día, más allá de los porcentajes y los billones, la pregunta del millón sigue en el aire para todos nosotros, los que pagamos la fiesta con nuestros impuestos. Nos toca ver cómo este chunche de ¢12,8 billones nos va a afectar el bolsillo y la calidad de vida el próximo año. Porque esa plata no sale de un árbol, sale de nuestro brete diario. Así que, abro el foro para que nos desahoguemos un poco: Ustedes qué dicen, ¿creen que algún día vamos a salir de este ciclo de pedir prestado para pagar lo prestado, o ya esto es parte del ADN tico? ¿Hay alguna luz al final de este túnel de deuda?