Hay días en que uno lee las noticias y, sinceramente, se le quitan las ganas hasta del cafecito de la tarde. Hoy es uno de esos días. Resulta que la expresidenta Laura Chinchilla se apersonó en la Asamblea Legislativa, específicamente en la Comisión de Seguridad y Narcotráfico, y básicamente nos confirmó en la jupa lo que ya todos sospechábamos en el fondo del alma: estamos hasta el cuello. Con cifras, con elocuencia y sin pelos en la lengua, soltó la frase que retumba en todo lado: “Costa Rica está en la mira y atemorizada”. Y diay, mae, viéndolo bien, no le falta razón. Es que ya no es una percepción, es la realidad que nos golpea cada vez que salimos a la calle. Honestamente, ¡qué despiche!
Lo más duro no es la frase en sí, sino los datos que la respaldan. Chinchilla, que de esta vara sabe un rato, nos recordó cómo entre el 2010 y el 2013 lograron bajar la percepción de inseguridad del 49% a un envidiable 18%. Pero agarrense, porque la encuesta del CIEP muestra que entre 2022 y 2025, ese temor se disparó de un casi inexistente 7% a un abrumador 44%. ¡Un 44%! Eso significa que casi la mitad del país vive con el Jesús en la boca. Esa paz con la que nos vendíamos al mundo, ese “Pura Vida” que era nuestro orgullo y nuestra mejor carta de presentación, parece que de a pocos se fue al traste. Ya no es solo evitar ciertos barrios de noche; ahora es pensarla dos veces antes de sacar el celular en cualquier esquina a plena luz del día. Es un estado de alarma constante que nos está enfermando como sociedad.
Y para terminar de echarle sal a la herida, esta misma semana el mismísimo Donald Trump, en uno de sus arranques, citó a San José como una de las ciudades más peligrosas de la región. ¡Lo que nos faltaba! Que desde afuera ya nos vean con esos ojos. Aunque nos duela el orgullo, es la consecuencia lógica de lo que estamos viviendo. Cuando los titulares un día sí y el otro también hablan de sicarios, de balaceras, de narcos que sacan a la gente de sus propias casas para montar búnkeres en Hatillo, como la vara de la banda de "Aguantafilo", es imposible tapar el sol con un dedo. El problema ya no es un secreto a voces, es un grito que se oye hasta en Washington.
Basta con darle una ojeada a las noticias más leídas del día para entender el tamaño del problema. Mientras Chinchilla declaraba, en otro lado se reportaba cómo un sicario persiguió 600 metros a un chiquito de 14 años en Alajuelita para matarlo. ¡Seiscientos metros! Lean eso de nuevo y díganme si no se les hiela la sangre. O la noticia sobre la solicitud para extender la detención de figuras como Celso Gamboa y alias “Pecho de Rata”, recordándonos que el narco no es un fantasma, sino que ha tenido nombres y apellidos sentados en puestos de poder. En serio, ¡qué sal la nuestra! Cada noticia es un ladrillo más en el muro de la desesperanza, y uno se pregunta dónde quedó aquella Costa Rica de la que nos sentíamos tan seguros.
La vara es que esto no es un problema de un solo gobierno, ni se arregla con un par de patrullas más. Es un monstruo que hemos alimentado por años con indiferencia, corrupción y una desigualdad galopante. Las palabras de Chinchilla no deberían ser solo un titular más, sino una llamada de atención para todos. No podemos normalizar el miedo ni acostumbrarnos a vivir encerrados. La pregunta que queda en el aire es densa y pesada, y por eso la tiro aquí al foro para que la destripemos entre todos: ¿Estamos a tiempo de frenar esta bola de nieve o ya es muy tarde para la Costa Rica que conocimos? ¿Qué se puede hacer desde la acera de uno, mae?
Lo más duro no es la frase en sí, sino los datos que la respaldan. Chinchilla, que de esta vara sabe un rato, nos recordó cómo entre el 2010 y el 2013 lograron bajar la percepción de inseguridad del 49% a un envidiable 18%. Pero agarrense, porque la encuesta del CIEP muestra que entre 2022 y 2025, ese temor se disparó de un casi inexistente 7% a un abrumador 44%. ¡Un 44%! Eso significa que casi la mitad del país vive con el Jesús en la boca. Esa paz con la que nos vendíamos al mundo, ese “Pura Vida” que era nuestro orgullo y nuestra mejor carta de presentación, parece que de a pocos se fue al traste. Ya no es solo evitar ciertos barrios de noche; ahora es pensarla dos veces antes de sacar el celular en cualquier esquina a plena luz del día. Es un estado de alarma constante que nos está enfermando como sociedad.
Y para terminar de echarle sal a la herida, esta misma semana el mismísimo Donald Trump, en uno de sus arranques, citó a San José como una de las ciudades más peligrosas de la región. ¡Lo que nos faltaba! Que desde afuera ya nos vean con esos ojos. Aunque nos duela el orgullo, es la consecuencia lógica de lo que estamos viviendo. Cuando los titulares un día sí y el otro también hablan de sicarios, de balaceras, de narcos que sacan a la gente de sus propias casas para montar búnkeres en Hatillo, como la vara de la banda de "Aguantafilo", es imposible tapar el sol con un dedo. El problema ya no es un secreto a voces, es un grito que se oye hasta en Washington.
Basta con darle una ojeada a las noticias más leídas del día para entender el tamaño del problema. Mientras Chinchilla declaraba, en otro lado se reportaba cómo un sicario persiguió 600 metros a un chiquito de 14 años en Alajuelita para matarlo. ¡Seiscientos metros! Lean eso de nuevo y díganme si no se les hiela la sangre. O la noticia sobre la solicitud para extender la detención de figuras como Celso Gamboa y alias “Pecho de Rata”, recordándonos que el narco no es un fantasma, sino que ha tenido nombres y apellidos sentados en puestos de poder. En serio, ¡qué sal la nuestra! Cada noticia es un ladrillo más en el muro de la desesperanza, y uno se pregunta dónde quedó aquella Costa Rica de la que nos sentíamos tan seguros.
La vara es que esto no es un problema de un solo gobierno, ni se arregla con un par de patrullas más. Es un monstruo que hemos alimentado por años con indiferencia, corrupción y una desigualdad galopante. Las palabras de Chinchilla no deberían ser solo un titular más, sino una llamada de atención para todos. No podemos normalizar el miedo ni acostumbrarnos a vivir encerrados. La pregunta que queda en el aire es densa y pesada, y por eso la tiro aquí al foro para que la destripemos entre todos: ¿Estamos a tiempo de frenar esta bola de nieve o ya es muy tarde para la Costa Rica que conocimos? ¿Qué se puede hacer desde la acera de uno, mae?