Mae, póngase en los zapatos de esta señora por un segundo. Usted va, todo tranquilo, a una agencia del ICE a hacer una vuelta sencilla: pasar su línea Kölbi de prepago a pospago. Un trámite que no debería tomar más de quince minutos. Pero en vez de salir con un plan nuevo, sale con la noticia de que su nombre está pegado a 16 líneas telefónicas que usted en su vida ha visto. ¡Qué torta! Eso fue exactamente lo que le pasó a una vecina de Coronado de apellido Valenciano, y lo que destapó es un desorden de proporciones épicas que nos deja a todos con la cédula guindando.
La vara es que la historia no termina ahí. Después del susto inicial, la señora Valenciano, como cualquier persona con dos dedos de frente, pidió que le cancelaran ese montón de líneas fantasma. Uno pensaría que con eso el problema se soluciona, ¿verdad? ¡Pues no! Menos de dos meses después, volvió a la agencia y, ¡sorpresa!, ya le habían abierto otras dos líneas nuevas sin su permiso. Ya van 18. Diay, a este paso la señora va a tener más líneas que un call center. Lo más increíble es la explicación que le dieron: aparentemente, cualquiera puede comprar un chip en una pulpería, llamar para activarlo y dar el primer número de cédula que se le ocurra. El sistema, tan “seguro”, se lo traga enterito, sin verificar nada. ¡Un portillo abierto para el desmadre!
Aquí es donde la cosa se pone más seria. Mientras esto pasa, el ICE y Kölbi sacan pecho diciendo que sus procesos de validación son “rigurosos y transparentes”. Hay que tener una paciencia franciscana para no reírse. Un proceso tan riguroso que permite que una persona acumule 18 líneas sin que le llegue una sola alerta. ¿En qué mundo vivimos? El OIJ, que no se anda por las ramas, ya pegó el grito al cielo. Llevan rato advirtiendo que esta facilidad para activar chips es una fiesta para el hampa. Los maes compran chips a lo loco, los prueban a ver si están ligados a un SINPE Móvil antiguo, y si pegan, se jalan la torta y le vacían la cuenta a algún salado. Y adivinen a nombre de quién queda registrada la línea que usaron para la estafa. Exacto, a nombre suyo.
Lo que cuenta Yorkssan Carvajal, el jefe de Fraudes del OIJ, es para que a uno se le pare el pelo. Critica la falta de controles y la poca trazabilidad que tienen estas líneas. O sea, no solo es fácil para un delincuente usar su identidad, sino que después es casi imposible seguirle el rastro porque las empresas no están obligadas a guardar el historial de quién usó qué conexión a internet (IP) en qué momento. Es un paraíso para los ciberdelincuentes, y nosotros somos los que pagamos los platos rotos. La Sutel, por su parte, dice que la normativa es clara, pero si la normativa es tan clara, ¿por qué sigue pasando este despiche monumental?
Al final, el caso de doña Valenciano no es una anécdota de mala suerte; es el síntoma de un sistema que hace aguas por todos lados. Nos deja en una posición de vulnerabilidad terrible. Su nombre, mi nombre, el de cualquiera, puede estar siendo usado ahora mismo para amenazar, estafar o acosar a alguien, y ni cuenta nos damos hasta que nos llegue una citación judicial. La preocupación de esta señora es la de todos: “es un riesgo muy alto para mí y para todos los ciudadanos”. Y tiene toda la razón. La pregunta del millón es, ¿cuántos de nosotros tendremos líneas fantasma a nuestro nombre y vivimos en la feliz ignorancia? ¿Se van a poner las pilas las operadoras o van a esperar a que el problema sea inmanejable?
Cuenten ustedes, maes, ¿alguno ha tenido una experiencia parecida o conoce a alguien que sí? ¿Vale la pena ir a pegarse la asoleada a una agencia para preguntar o mejor no meneamos el arroz?
La vara es que la historia no termina ahí. Después del susto inicial, la señora Valenciano, como cualquier persona con dos dedos de frente, pidió que le cancelaran ese montón de líneas fantasma. Uno pensaría que con eso el problema se soluciona, ¿verdad? ¡Pues no! Menos de dos meses después, volvió a la agencia y, ¡sorpresa!, ya le habían abierto otras dos líneas nuevas sin su permiso. Ya van 18. Diay, a este paso la señora va a tener más líneas que un call center. Lo más increíble es la explicación que le dieron: aparentemente, cualquiera puede comprar un chip en una pulpería, llamar para activarlo y dar el primer número de cédula que se le ocurra. El sistema, tan “seguro”, se lo traga enterito, sin verificar nada. ¡Un portillo abierto para el desmadre!
Aquí es donde la cosa se pone más seria. Mientras esto pasa, el ICE y Kölbi sacan pecho diciendo que sus procesos de validación son “rigurosos y transparentes”. Hay que tener una paciencia franciscana para no reírse. Un proceso tan riguroso que permite que una persona acumule 18 líneas sin que le llegue una sola alerta. ¿En qué mundo vivimos? El OIJ, que no se anda por las ramas, ya pegó el grito al cielo. Llevan rato advirtiendo que esta facilidad para activar chips es una fiesta para el hampa. Los maes compran chips a lo loco, los prueban a ver si están ligados a un SINPE Móvil antiguo, y si pegan, se jalan la torta y le vacían la cuenta a algún salado. Y adivinen a nombre de quién queda registrada la línea que usaron para la estafa. Exacto, a nombre suyo.
Lo que cuenta Yorkssan Carvajal, el jefe de Fraudes del OIJ, es para que a uno se le pare el pelo. Critica la falta de controles y la poca trazabilidad que tienen estas líneas. O sea, no solo es fácil para un delincuente usar su identidad, sino que después es casi imposible seguirle el rastro porque las empresas no están obligadas a guardar el historial de quién usó qué conexión a internet (IP) en qué momento. Es un paraíso para los ciberdelincuentes, y nosotros somos los que pagamos los platos rotos. La Sutel, por su parte, dice que la normativa es clara, pero si la normativa es tan clara, ¿por qué sigue pasando este despiche monumental?
Al final, el caso de doña Valenciano no es una anécdota de mala suerte; es el síntoma de un sistema que hace aguas por todos lados. Nos deja en una posición de vulnerabilidad terrible. Su nombre, mi nombre, el de cualquiera, puede estar siendo usado ahora mismo para amenazar, estafar o acosar a alguien, y ni cuenta nos damos hasta que nos llegue una citación judicial. La preocupación de esta señora es la de todos: “es un riesgo muy alto para mí y para todos los ciudadanos”. Y tiene toda la razón. La pregunta del millón es, ¿cuántos de nosotros tendremos líneas fantasma a nuestro nombre y vivimos en la feliz ignorancia? ¿Se van a poner las pilas las operadoras o van a esperar a que el problema sea inmanejable?
Cuenten ustedes, maes, ¿alguno ha tenido una experiencia parecida o conoce a alguien que sí? ¿Vale la pena ir a pegarse la asoleada a una agencia para preguntar o mejor no meneamos el arroz?