Cada vez que sale un nuevo Informe Estado de la Educación, siento que estoy viendo la repetición de una mejenga que ya sabemos que perdimos por goleada. Los titulares son siempre los mismos: que la inversión no llega al bendito 8% del PIB, que la brecha entre el cole público y el privado es un abismo, que los güilas salen sin saber sumar dos más dos. Y sí, los datos son escalofriantes, pero para cualquier persona menor de 30 años en este país, no son una sorpresa. Son el pan de cada día, el soundtrack de nuestra formación. La verdadera noticia sería que algo hubiera mejorado, pero parece que la única constante es que la vara va de mal en peor.
Lo más revelador del reportaje no son las cifras, sino las voces de los estudiantes universitarios. Maes que acaban de salir del sistema y lo tienen fresquito. Cuando una estudiante de educación dice que "hay una crisis educativa... no hay apoyo suficiente", no lo está leyendo de un gráfico, lo está diciendo porque probablemente tuvo que hacer una rifa para comprar tizas para su práctica profesional. Cuando otro mae menciona que "estamos dando pasos hacia atrás" por la decreciente inversión, lo dice con la frustración de quien ve cómo sus compas del cole de barrio tuvieron que dejar los estudios mientras el gobierno se gasta la plata en otras varas. ¡Qué torta! Llevamos décadas diagnosticando la enfermedad, pero seguimos recetando curitas para una hemorragia.
Y el problema va más allá de la plata o la infraestructura. Hablemos del modelo. Uno de los entrevistados dio en el clavo con el sistema de evaluación: 65% de trabajo cotidiano y 35% de exámenes. Es la receta perfecta para la mediocridad. Se diseñó un sistema para "no dejar a nadie atrás", pero en la práctica se convirtió en un empujón masivo para que todo el mundo apenas "salga del paso". A esto le sumamos la negación tecnológica. Mientras los estudiantes ya usan inteligencia artificial para todo, el sistema educativo sigue operando con la lógica del siglo pasado. No se trata de prohibir la tecnología, sino de enseñar a usarla. Ignorarla, como si no existiera, es jalarse la torta más grande de todas, porque estamos graduando gente que no sabe pensar críticamente, solo sabe cómo pedirle a una IA que lo haga por ellos.
Luego está lo tangible, lo que se ve y se toca. O lo que no se ve porque ya no sirve. La misma nota menciona escuelas que se inundan con cada aguacero y otras donde un pupitre en buen estado es un artículo de lujo. ¿Cómo se le pide a un estudiante que se concentre en el trinomio cuadrado perfecto si tiene los pies en un charco o si la pizarra es un chunche todo manchado que no se puede leer? Cada noticia de una escuela con orden sanitaria, cada foto de un cielorraso a punto de caer, es la prueba de que el discurso político no tiene nada que ver con la realidad. Con cada aguacero que inunda un aula y cada pupitre que se rompe, un pedacito más del futuro educativo del país se va al traste, simple y sencillamente.
Al final, la conclusión es abrumadora y unánime: sí, estamos hasta el cuello en una crisis educativa. Pero lo más importante es que los mismos estudiantes, los que la viven, también tienen claras las soluciones: más y mejor inversión, actualizar los planes de estudio a la realidad del 2025, capacitar a los profes y, sobre todo, escucharlos a ellos. Ya basta de comisiones de señores que no pisan un aula pública hace 40 años. La hoja de ruta la están gritando los güilas desde sus pupitres rotos. Diay, maes, más allá de los informes, ¿cuál es la historia más frustrante que vivieron ustedes en el cole o la U que demuestra que este despiche es real? ¿Por dónde empezamos a arreglar esta torta?
Lo más revelador del reportaje no son las cifras, sino las voces de los estudiantes universitarios. Maes que acaban de salir del sistema y lo tienen fresquito. Cuando una estudiante de educación dice que "hay una crisis educativa... no hay apoyo suficiente", no lo está leyendo de un gráfico, lo está diciendo porque probablemente tuvo que hacer una rifa para comprar tizas para su práctica profesional. Cuando otro mae menciona que "estamos dando pasos hacia atrás" por la decreciente inversión, lo dice con la frustración de quien ve cómo sus compas del cole de barrio tuvieron que dejar los estudios mientras el gobierno se gasta la plata en otras varas. ¡Qué torta! Llevamos décadas diagnosticando la enfermedad, pero seguimos recetando curitas para una hemorragia.
Y el problema va más allá de la plata o la infraestructura. Hablemos del modelo. Uno de los entrevistados dio en el clavo con el sistema de evaluación: 65% de trabajo cotidiano y 35% de exámenes. Es la receta perfecta para la mediocridad. Se diseñó un sistema para "no dejar a nadie atrás", pero en la práctica se convirtió en un empujón masivo para que todo el mundo apenas "salga del paso". A esto le sumamos la negación tecnológica. Mientras los estudiantes ya usan inteligencia artificial para todo, el sistema educativo sigue operando con la lógica del siglo pasado. No se trata de prohibir la tecnología, sino de enseñar a usarla. Ignorarla, como si no existiera, es jalarse la torta más grande de todas, porque estamos graduando gente que no sabe pensar críticamente, solo sabe cómo pedirle a una IA que lo haga por ellos.
Luego está lo tangible, lo que se ve y se toca. O lo que no se ve porque ya no sirve. La misma nota menciona escuelas que se inundan con cada aguacero y otras donde un pupitre en buen estado es un artículo de lujo. ¿Cómo se le pide a un estudiante que se concentre en el trinomio cuadrado perfecto si tiene los pies en un charco o si la pizarra es un chunche todo manchado que no se puede leer? Cada noticia de una escuela con orden sanitaria, cada foto de un cielorraso a punto de caer, es la prueba de que el discurso político no tiene nada que ver con la realidad. Con cada aguacero que inunda un aula y cada pupitre que se rompe, un pedacito más del futuro educativo del país se va al traste, simple y sencillamente.
Al final, la conclusión es abrumadora y unánime: sí, estamos hasta el cuello en una crisis educativa. Pero lo más importante es que los mismos estudiantes, los que la viven, también tienen claras las soluciones: más y mejor inversión, actualizar los planes de estudio a la realidad del 2025, capacitar a los profes y, sobre todo, escucharlos a ellos. Ya basta de comisiones de señores que no pisan un aula pública hace 40 años. La hoja de ruta la están gritando los güilas desde sus pupitres rotos. Diay, maes, más allá de los informes, ¿cuál es la historia más frustrante que vivieron ustedes en el cole o la U que demuestra que este despiche es real? ¿Por dónde empezamos a arreglar esta torta?