Maes, en serio, a veces uno lee noticias que lo dejan a uno con la boca abierta, pensando si esto es Costa Rica o el guion de una serie de narcos. La vara es que este martes la gente de la Policía de Control de Drogas (PCD) se dejó caer en Pital de San Carlos y reventó una operación que es, a falta de una mejor palabra, un despiche de campeonato. Resulta que un supermercado, sí, un súper donde uno va por el arroz, los frijoles y el pan, era la vitrina principal para vender coca, crack y marihuana. ¿Se imaginan la escena? "Jefe, me da medio kilo de papas, una bolsa de leche y, diay, de paso unas dosis de perico". ¡Qué nivel de descaro!
Lo que de verdad me vuela la cabeza y me revuelve el estómago es el contexto de todo este brete. El operativo no fue en un búnker escondido en un callejón sin salida, no. La PCD allanó tres casas y el famoso supermercado en Santa Elena de Pital. ¿Y adivinen qué había a la pura par? La plaza de deportes y la escuela local. Imagínense el despiche: los güilas saliendo de clases, yendo a mejenguear, mientras a pocos metros se movía todo el negocio ilícito. Según el reporte, las autoridades recibieron el "santo" de que la zona se estaba llenando de adictos. O sea, el problema ya era visible, ya estaba afectando el día a día de una comunidad que solo quiere vivir en paz. ¡Qué torta que los criminales no tengan ni el más mínimo respeto por los espacios de los chiquillos!
Y claro, como en toda buena historia de estas, los detenidos no eran precisamente unos novatos en el negocio. La policía agarró a varios sujetos que ya tenían su expediente bien manchado, principalmente por tenencia de drogas. Pero la cereza del pastel fue uno de los maes, que además de la droga, tenía un historial que incluía agresión patrimonial, lesiones y hasta agresión con arma. Vaya joyita. Estos no eran simples vendedores de esquina; era una red que ya tenía sus mañas y que, por lo visto, no le temblaba el pulso para nada. Ahora todos fueron remitidos al Ministerio Público y se enfrentan a una pena de hasta 15 años de cárcel. A ver en qué termina la novela judicial.
Ahora, hablemos de lo que encontraron, porque el "inventario" del súper era variado. Los oficiales de la PCD decomisaron 16 dosis de cocaína, un par de piedras de crack y 46 puchos de marihuana. No son cantidades para exportar, está claro, pero es la prueba irrefutable de que el menudeo estaba a la orden del día. El verdadero problema de esta vara no es tanto la cantidad, sino la ubicación y el método. Usar un negocio legítimo, un punto de encuentro comunitario, como fachada, es una estrategia increíblemente cínica. Es envenenar el pozo del que todos beben. La confianza del barrio, la seguridad de los padres al mandar a sus hijos a la plaza... todo eso se fue al traste por la ambición de unos cuantos.
Al final, aunque es una buena noticia que los hayan atrapado, el sabor que queda es amargo. ¿Cuántos otros "pulpes del infierno" existirán por ahí, operando bajo nuestras narices? Esto de Pital es un llamado de atención para todos. No se trata de vivir paranoico, pero sí de ser más observador y menos indiferente con lo que pasa en nuestro entorno. La seguridad no es solo un brete de la policía; empieza por una comunidad que se cuida y no deja que su barrio se lo coman los vivos de siempre.
Diay, maes, la pregunta que queda en el aire es... ¿qué tan pilas estamos como comunidad? ¿Uno de verdad se da cuenta de estas varas o vivimos en una burbuja hasta que estalla? Cuenten si han visto algo parecido en su barrio.
Lo que de verdad me vuela la cabeza y me revuelve el estómago es el contexto de todo este brete. El operativo no fue en un búnker escondido en un callejón sin salida, no. La PCD allanó tres casas y el famoso supermercado en Santa Elena de Pital. ¿Y adivinen qué había a la pura par? La plaza de deportes y la escuela local. Imagínense el despiche: los güilas saliendo de clases, yendo a mejenguear, mientras a pocos metros se movía todo el negocio ilícito. Según el reporte, las autoridades recibieron el "santo" de que la zona se estaba llenando de adictos. O sea, el problema ya era visible, ya estaba afectando el día a día de una comunidad que solo quiere vivir en paz. ¡Qué torta que los criminales no tengan ni el más mínimo respeto por los espacios de los chiquillos!
Y claro, como en toda buena historia de estas, los detenidos no eran precisamente unos novatos en el negocio. La policía agarró a varios sujetos que ya tenían su expediente bien manchado, principalmente por tenencia de drogas. Pero la cereza del pastel fue uno de los maes, que además de la droga, tenía un historial que incluía agresión patrimonial, lesiones y hasta agresión con arma. Vaya joyita. Estos no eran simples vendedores de esquina; era una red que ya tenía sus mañas y que, por lo visto, no le temblaba el pulso para nada. Ahora todos fueron remitidos al Ministerio Público y se enfrentan a una pena de hasta 15 años de cárcel. A ver en qué termina la novela judicial.
Ahora, hablemos de lo que encontraron, porque el "inventario" del súper era variado. Los oficiales de la PCD decomisaron 16 dosis de cocaína, un par de piedras de crack y 46 puchos de marihuana. No son cantidades para exportar, está claro, pero es la prueba irrefutable de que el menudeo estaba a la orden del día. El verdadero problema de esta vara no es tanto la cantidad, sino la ubicación y el método. Usar un negocio legítimo, un punto de encuentro comunitario, como fachada, es una estrategia increíblemente cínica. Es envenenar el pozo del que todos beben. La confianza del barrio, la seguridad de los padres al mandar a sus hijos a la plaza... todo eso se fue al traste por la ambición de unos cuantos.
Al final, aunque es una buena noticia que los hayan atrapado, el sabor que queda es amargo. ¿Cuántos otros "pulpes del infierno" existirán por ahí, operando bajo nuestras narices? Esto de Pital es un llamado de atención para todos. No se trata de vivir paranoico, pero sí de ser más observador y menos indiferente con lo que pasa en nuestro entorno. La seguridad no es solo un brete de la policía; empieza por una comunidad que se cuida y no deja que su barrio se lo coman los vivos de siempre.
Diay, maes, la pregunta que queda en el aire es... ¿qué tan pilas estamos como comunidad? ¿Uno de verdad se da cuenta de estas varas o vivimos en una burbuja hasta que estalla? Cuenten si han visto algo parecido en su barrio.