Son las 11:45 a. m. El cerebro ya no carbura igual, la panza empieza a sonar y la única vara que le importa al 99% de los mortales en el brete es qué van a almorzar. Justo en ese limbo, en ese preciso momento de vulnerabilidad gastronómica, suena el teléfono. Es un número desconocido. Y del otro lado, una voz muy profesional le informa de un problema gravísimo con su cuenta bancaria. Si usted cree que es muy “avispa” para caer, piénselo dos veces. Según el OIJ, este es uno de los momentos preferidos de los estafadores para pescarnos, y mae, les está funcionando de maravilla.
La pregunta es casi ofensiva: ¿cómo es posible que la gente siga cayendo si las campañas de prevención están hasta en la sopa? La respuesta, según las propias autoridades, es un baldazo de agua fría. No se trata de ser quedo o despistado; se trata de que estos delincuentes son unos cargas en manipulación psicológica. Yorkssan Carvajal, el jefe de Fraudes Informáticos del OIJ, lo pone así de claro: los timadores no solo tienen una labia que ya la quisiera un político en campaña, sino que estudian nuestras debilidades. Saben que justo antes de almuerzo, o al final de un día matado, nuestra guardia está más baja que la moral un lunes. Y diay, en ese momentito de vulnerabilidad, donde el hambre o el cansancio ganan, es cuando uno se jala la torta y les suelta la clave, el token o hasta el número de la cédula de la abuela.
Lo más increíble de todo, y que confirma que nadie está a salvo, es que entre las víctimas hay gente que uno juraría que es intocable. Carvajal cuenta, casi con resignación, que han atendido a jefes de ciberseguridad que cayeron redonditos. ¿La excusa? Siempre la misma: “Mae, es que me agarraron en un mal momento”. Esta no es una simple estafa tecnológica; es ingeniería social pura y dura. Como explica Danilo Montero, de la Oficina del Consumidor Financiero (OCF), los delincuentes nos meten una presión que ni en final de campeonato. Crean una sensación de urgencia –“¡tiene que hacerlo YA o pierde la plata!”, “¡resuelva AHORA o le congelan la cuenta!”– que nos anula el pensamiento racional. La vara es que nos emocionan, nos asustan y nos dan segundos para reaccionar. En ese caos, la lógica se va de vacaciones.
Y si los testimonios no lo asustan, espérese a ver el despiche que revelan los números. Solo en San José, durante el primer semestre de este año, las denuncias por delitos informáticos se dispararon un 88%. Estamos hablando de un hueco de más de ¢3.000 millones. ¡Qué torta! Y eso, como recalca el mismo Carvajal, es solo la punta del iceberg. Estas cifras únicamente reflejan las denuncias formales en Chepe, donde hay más capacidad para registrar el monto. En el resto del país, la gente denuncia menos, por lo que el problema es, sin duda, mucho más grave. El factor común en todos los casos es el mismo: un error humano, un segundo de distracción que cuesta los ahorros de toda una vida. ¡Qué sal!
Entonces, ¿qué hacemos? ¿Nos desconectamos del mundo? Según los expertos, la solución es más de fondo y menos de pánico. Tanto la gente de la UNED como de la OCF concuerdan en que la única salida real es la educación. No basta con un anuncio en la tele. Se necesita crear hábitos desde güilas, incorporar la seguridad digital como una materia obligatoria en el cole y enseñarle a la gente a ser maliciosa por naturaleza. Hay que tatuarse en el cerebro la regla de oro: si un mensaje le pide actuar con urgencia, es una trampa. Si le ofrecen un premio que no se ganó, es una trampa. Antes de hacer clic, como dice Montero, lo primero es respirar y revisar: ¿de qué dirección de correo viene? ¿Quién me está llamando? Lamentablemente, parece que como país no le estamos poniendo la importancia que esta vara merece, y mientras tanto, los estafadores siguen almorzando a nuestra costa.
Y ahora, la pregunta del millón para el foro: ¿Les ha pasado? ¿Han estado a punto de caer o conocen a alguien que se jaló la torta? ¿Qué creen que nos falta como ticos para ponernos más las pilas con esta vara?
La pregunta es casi ofensiva: ¿cómo es posible que la gente siga cayendo si las campañas de prevención están hasta en la sopa? La respuesta, según las propias autoridades, es un baldazo de agua fría. No se trata de ser quedo o despistado; se trata de que estos delincuentes son unos cargas en manipulación psicológica. Yorkssan Carvajal, el jefe de Fraudes Informáticos del OIJ, lo pone así de claro: los timadores no solo tienen una labia que ya la quisiera un político en campaña, sino que estudian nuestras debilidades. Saben que justo antes de almuerzo, o al final de un día matado, nuestra guardia está más baja que la moral un lunes. Y diay, en ese momentito de vulnerabilidad, donde el hambre o el cansancio ganan, es cuando uno se jala la torta y les suelta la clave, el token o hasta el número de la cédula de la abuela.
Lo más increíble de todo, y que confirma que nadie está a salvo, es que entre las víctimas hay gente que uno juraría que es intocable. Carvajal cuenta, casi con resignación, que han atendido a jefes de ciberseguridad que cayeron redonditos. ¿La excusa? Siempre la misma: “Mae, es que me agarraron en un mal momento”. Esta no es una simple estafa tecnológica; es ingeniería social pura y dura. Como explica Danilo Montero, de la Oficina del Consumidor Financiero (OCF), los delincuentes nos meten una presión que ni en final de campeonato. Crean una sensación de urgencia –“¡tiene que hacerlo YA o pierde la plata!”, “¡resuelva AHORA o le congelan la cuenta!”– que nos anula el pensamiento racional. La vara es que nos emocionan, nos asustan y nos dan segundos para reaccionar. En ese caos, la lógica se va de vacaciones.
Y si los testimonios no lo asustan, espérese a ver el despiche que revelan los números. Solo en San José, durante el primer semestre de este año, las denuncias por delitos informáticos se dispararon un 88%. Estamos hablando de un hueco de más de ¢3.000 millones. ¡Qué torta! Y eso, como recalca el mismo Carvajal, es solo la punta del iceberg. Estas cifras únicamente reflejan las denuncias formales en Chepe, donde hay más capacidad para registrar el monto. En el resto del país, la gente denuncia menos, por lo que el problema es, sin duda, mucho más grave. El factor común en todos los casos es el mismo: un error humano, un segundo de distracción que cuesta los ahorros de toda una vida. ¡Qué sal!
Entonces, ¿qué hacemos? ¿Nos desconectamos del mundo? Según los expertos, la solución es más de fondo y menos de pánico. Tanto la gente de la UNED como de la OCF concuerdan en que la única salida real es la educación. No basta con un anuncio en la tele. Se necesita crear hábitos desde güilas, incorporar la seguridad digital como una materia obligatoria en el cole y enseñarle a la gente a ser maliciosa por naturaleza. Hay que tatuarse en el cerebro la regla de oro: si un mensaje le pide actuar con urgencia, es una trampa. Si le ofrecen un premio que no se ganó, es una trampa. Antes de hacer clic, como dice Montero, lo primero es respirar y revisar: ¿de qué dirección de correo viene? ¿Quién me está llamando? Lamentablemente, parece que como país no le estamos poniendo la importancia que esta vara merece, y mientras tanto, los estafadores siguen almorzando a nuestra costa.
Y ahora, la pregunta del millón para el foro: ¿Les ha pasado? ¿Han estado a punto de caer o conocen a alguien que se jaló la torta? ¿Qué creen que nos falta como ticos para ponernos más las pilas con esta vara?