Diay maes, a veces la realidad supera cualquier serie de Netflix, y lo que pasó esta semana es el guion perfecto para una. Desde la madrugada de este lunes, el país se despertó con una movida masiva del OIJ por todo lado: Guápiles, León XIII, Limón, Liberia, Cartago... un despiche. ¿El objetivo? Desarticular, por fin, a una célula de la famosa “banda del acetileno”. Pero aquí la verdadera bomba no son los sopletes que usan para abrir bóvedas, sino quiénes estaban, presuntamente, pasándoles el santo. La jugada, que parecía de película, se les fue al traste y ahora varios van a tener que dar muchas explicaciones.
Para los que no están al tanto de la vara, pongámonos en contexto. Todo este operativo, bautizado como “Falsos Empleados”, explotó por un robo que fue un verdadero escándalo en abril. Imagínense la escena en Hone Creek, Limón: seis de la mañana, todo el mundo llegando a ganarse los frijoles al Palí, y de pronto se meten unos tipos vestidos como si fueran a bretear ahí mismo. No fue un asalto cualquiera; estos maes amordazaron al personal y sacaron los chunches pesados: sopletes de acetileno. Con una paciencia de cirujano, reventaron la bóveda y se alzaron con la módica suma de 50 melones. ¡Cincuenta! Se esfumaron sin dejar rastro, o eso creían ellos.
Y aquí es donde la historia se pone color de hormiga y uno dice: ¡qué torta! Meses de investigación del OIJ revelaron lo que muchos sospechaban: un golpe así de limpio no se hace sin ayuda desde adentro. Y la sorpresa fue mayúscula. Entre los nueve detenidos en los allanamientos de hoy, figuran dos piezas clave que nadie se hubiera imaginado. Hablamos nada más y nada menos que del administrador del propio Palí asaltado y, para rematar, una supervisora regional de la cadena de supermercados. O sea, la gente que se supone que cuidaba el chante, era la que aparentemente estaba dateando a los malos. Resulta que la supervisora, según el OIJ, era muy cercana al presunto líder, un hombre de apellido Sánchez, con quien la vieron días antes del robo. Se jalaron la torta de sus vidas.
El director del OIJ, Randall Zúñiga, lo puso clarito: esta es una modalidad que les pone los pelos de punta porque demuestra cómo el crimen organizado se mete hasta la cocina de las empresas. No son ningunos improvisados. Estudian el lugar, consiguen compinches adentro que les dibujen el mapa del tesoro, se consiguen uniformes para pasar piola y ejecutan el plan con precisión militar. El uso de sopletes no es casualidad; requiere conocimiento técnico y una sangre fría que asusta. Vulneraron toda la seguridad porque, simple y sencillamente, tenían las llaves del reino y a la gente de confianza de su lado.
Al final, esta operación es un golpe fuerte contra esta estructura, pero también deja un sinsabor y un montón de preguntas en el aire. Cayeron nueve, incluyendo a los supuestos cerebros internos, pero la red es amplia. El caso demuestra la fragilidad de la seguridad cuando la confianza se quiebra desde adentro. Es un recordatorio de que los sistemas más sofisticados pueden ser derrotados por el factor humano. La lección es dura y salpica a todo el sector comercial, que ahora seguro va a tener que revisar sus protocolos hasta el cansancio. La pregunta que queda en el aire es: ¿hasta qué punto se puede confiar? Con casos así, donde el enemigo duerme en casa, ¿qué tan salado está uno en el brete?
Para los que no están al tanto de la vara, pongámonos en contexto. Todo este operativo, bautizado como “Falsos Empleados”, explotó por un robo que fue un verdadero escándalo en abril. Imagínense la escena en Hone Creek, Limón: seis de la mañana, todo el mundo llegando a ganarse los frijoles al Palí, y de pronto se meten unos tipos vestidos como si fueran a bretear ahí mismo. No fue un asalto cualquiera; estos maes amordazaron al personal y sacaron los chunches pesados: sopletes de acetileno. Con una paciencia de cirujano, reventaron la bóveda y se alzaron con la módica suma de 50 melones. ¡Cincuenta! Se esfumaron sin dejar rastro, o eso creían ellos.
Y aquí es donde la historia se pone color de hormiga y uno dice: ¡qué torta! Meses de investigación del OIJ revelaron lo que muchos sospechaban: un golpe así de limpio no se hace sin ayuda desde adentro. Y la sorpresa fue mayúscula. Entre los nueve detenidos en los allanamientos de hoy, figuran dos piezas clave que nadie se hubiera imaginado. Hablamos nada más y nada menos que del administrador del propio Palí asaltado y, para rematar, una supervisora regional de la cadena de supermercados. O sea, la gente que se supone que cuidaba el chante, era la que aparentemente estaba dateando a los malos. Resulta que la supervisora, según el OIJ, era muy cercana al presunto líder, un hombre de apellido Sánchez, con quien la vieron días antes del robo. Se jalaron la torta de sus vidas.
El director del OIJ, Randall Zúñiga, lo puso clarito: esta es una modalidad que les pone los pelos de punta porque demuestra cómo el crimen organizado se mete hasta la cocina de las empresas. No son ningunos improvisados. Estudian el lugar, consiguen compinches adentro que les dibujen el mapa del tesoro, se consiguen uniformes para pasar piola y ejecutan el plan con precisión militar. El uso de sopletes no es casualidad; requiere conocimiento técnico y una sangre fría que asusta. Vulneraron toda la seguridad porque, simple y sencillamente, tenían las llaves del reino y a la gente de confianza de su lado.
Al final, esta operación es un golpe fuerte contra esta estructura, pero también deja un sinsabor y un montón de preguntas en el aire. Cayeron nueve, incluyendo a los supuestos cerebros internos, pero la red es amplia. El caso demuestra la fragilidad de la seguridad cuando la confianza se quiebra desde adentro. Es un recordatorio de que los sistemas más sofisticados pueden ser derrotados por el factor humano. La lección es dura y salpica a todo el sector comercial, que ahora seguro va a tener que revisar sus protocolos hasta el cansancio. La pregunta que queda en el aire es: ¿hasta qué punto se puede confiar? Con casos así, donde el enemigo duerme en casa, ¿qué tan salado está uno en el brete?
