Maes, hay varas que parece que nunca cambian, y el despiche en la frontera norte es una de esas. Cada cierto tiempo salta la noticia: cayeron más coyotes. Y uno piensa, "¡qué bueno!", pero a la semana siguiente la historia se repite. La Policía de Fronteras anda en un brete que parece no tener fin, y la prueba es que en Los Chiles acaban de sumar dos detenidos más a la lista, con lo que ya van 19 presuntos traficantes de personas capturados en lo que llevamos del año. Diecinueve. Lean ese número otra vez. No estamos hablando de un par de casos aislados, esto es un negocio constante y, tristemente, muy bien establecido en la zona.
Vamos a los detalles, porque ahí es donde la cosa se pone más cruda. El primer caso, el del sábado, es casi una radiografía de la desesperación. Un mae nicaragüense de apellido Robles, que ni siquiera tenía sus papeles en regla, fue detenido mientras guiaba a dos compatriotas por un "punto ciego". ¿El precio del tour clandestino? Diez mil colones. ¡Diez rojos! Por diez mil pesos, este sujeto se estaba arriesgando a pasar de 2 a 6 años en la sombra. Es una suma que demuestra que aquí no estamos hablando de grandes capos del crimen organizado, sino muchas veces de gente que está apenas un escalón por encima de aquellos a los que estafan. Es una cadena de necesidad que se muerde la cola.
Luego tenemos el caso del lunes, que es un toque diferente. El detenido, un nicaragüense de apellido Sandoval, sí tenía residencia en el país. Este mae ya estaba más "armado", por así decirlo. Fue sorprendido guiando a cuatro personas por otra ruta no habilitada. La noticia no dice cuánto les cobraba, pero la lógica es la misma: un pago relativamente bajo por un riesgo altísimo. Diay, no sé ustedes, pero a mí las cuentas no me dan. Exponerse a una pena de hasta 8 años de cárcel si el delito se califica como agravado, por un puñado de billetes, demuestra el nivel de precariedad o de cinismo que se maneja en esa frontera.
Y aquí es donde la vara se pone más densa, porque estos 19 arrestos son solo la punta del iceberg. Son los que logran agarrar. Por cada coyote detenido, ¿cuántos más logran pasar? ¿Cuántos grupos cruzan sin ser detectados? La Policía de Fronteras hace lo que puede con los recursos que tiene, pero esto es como querer vaciar el mar con un balde. Es un problema social, económico y humanitario gigantesco que no se va a solucionar solo con más arrestos. Es una herida abierta que se alimenta de la inestabilidad en Nicaragua y la falta de oportunidades en ambos lados. ¡Qué torta más grande!
Al final del día, los dos sospechosos quedan a las órdenes de la Fiscalía y probablemente enfrenten un proceso penal. ¿Y los migrantes? Ellos pasan de ser víctimas a ser testigos, y de ahí son entregados a Migración para ser devueltos a Nicaragua. De vuelta a la casilla de salida, con menos dinero y con el mismo problema que los hizo huir en primer lugar. Diay, qué sal, ¿verdad? Es un círculo vicioso que deja un sinsabor terrible, porque se siente como si solo estuviéramos parchando los síntomas de una enfermedad mucho más profunda. Más allá de meter gente a la cárcel, ¿cómo se ataca de raíz este despiche? ¿Qué opinan ustedes, maes?
Vamos a los detalles, porque ahí es donde la cosa se pone más cruda. El primer caso, el del sábado, es casi una radiografía de la desesperación. Un mae nicaragüense de apellido Robles, que ni siquiera tenía sus papeles en regla, fue detenido mientras guiaba a dos compatriotas por un "punto ciego". ¿El precio del tour clandestino? Diez mil colones. ¡Diez rojos! Por diez mil pesos, este sujeto se estaba arriesgando a pasar de 2 a 6 años en la sombra. Es una suma que demuestra que aquí no estamos hablando de grandes capos del crimen organizado, sino muchas veces de gente que está apenas un escalón por encima de aquellos a los que estafan. Es una cadena de necesidad que se muerde la cola.
Luego tenemos el caso del lunes, que es un toque diferente. El detenido, un nicaragüense de apellido Sandoval, sí tenía residencia en el país. Este mae ya estaba más "armado", por así decirlo. Fue sorprendido guiando a cuatro personas por otra ruta no habilitada. La noticia no dice cuánto les cobraba, pero la lógica es la misma: un pago relativamente bajo por un riesgo altísimo. Diay, no sé ustedes, pero a mí las cuentas no me dan. Exponerse a una pena de hasta 8 años de cárcel si el delito se califica como agravado, por un puñado de billetes, demuestra el nivel de precariedad o de cinismo que se maneja en esa frontera.
Y aquí es donde la vara se pone más densa, porque estos 19 arrestos son solo la punta del iceberg. Son los que logran agarrar. Por cada coyote detenido, ¿cuántos más logran pasar? ¿Cuántos grupos cruzan sin ser detectados? La Policía de Fronteras hace lo que puede con los recursos que tiene, pero esto es como querer vaciar el mar con un balde. Es un problema social, económico y humanitario gigantesco que no se va a solucionar solo con más arrestos. Es una herida abierta que se alimenta de la inestabilidad en Nicaragua y la falta de oportunidades en ambos lados. ¡Qué torta más grande!
Al final del día, los dos sospechosos quedan a las órdenes de la Fiscalía y probablemente enfrenten un proceso penal. ¿Y los migrantes? Ellos pasan de ser víctimas a ser testigos, y de ahí son entregados a Migración para ser devueltos a Nicaragua. De vuelta a la casilla de salida, con menos dinero y con el mismo problema que los hizo huir en primer lugar. Diay, qué sal, ¿verdad? Es un círculo vicioso que deja un sinsabor terrible, porque se siente como si solo estuviéramos parchando los síntomas de una enfermedad mucho más profunda. Más allá de meter gente a la cárcel, ¿cómo se ataca de raíz este despiche? ¿Qué opinan ustedes, maes?
