Mae, a veces uno ve estos concursos de talento en la tele y piensa "diay, otra vez la misma vara", ¿verdad? Luces, jurados con caras serias y un montón de gente tratando de pegarla. Pero de repente, ¡pum!, te topás con un par de historias que te recuerdan que detrás de cada micrófono hay un mundo entero. Y eso fue lo que me pasó leyendo sobre dos finalistas del concurso “Así Canto Yo”. No es solo la cantada, es el motor que tienen detrás, y es una vara que vale la pena conversar.
Primero, hablemos de Natasha Alfaro. Vean, cuando uno lee la lista de bretes que tiene esta mujer, uno se queda pensando si el día de ella tiene 48 horas. Es maquillista, empresaria, masajista, lashista, animadora, cantante y, por si fuera poco, estudiante de arquitectura. ¡Qué nivel de mujer! Es la definición andante de “pulsearla”. Puntarenense en Tibás, con tres güilas que dependen de ella. Y lo más chiva es que no lo ve como un sacrificio, sino como el motor. Ella misma cuenta que su abuela es su salvada, pero aun así, organizar ese despiche de agenda para no fallarles a sus hijos tiene un mérito enorme. La vara es que no solo se la juega por ella, sino que sus hijos la ven y la imitan. Ese es el verdadero premio: saber que tus hijos te ven como un ejemplo y se sienten orgullosos. Eso, maes, no lo compra nadie.
Por otro lado, está el compa Manuel Mora Hernández. Un güila de 18 años de Coronado. La historia de él es distinta, pero igual de potente. No canta solo por él, canta por su tata. Resulta que su papá siempre soñó con ser cantante, pero por cosas de la vida, el chunche no se le dio. Entonces, desde carajillo, le metió el gusanito de la música a su hijo. Y ahora, Manuel está en el escenario viviendo el sueño de los dos. ¡Qué chiva esa vara! Es una presión enorme, seguro, pero también debe ser una motivación increíble. El mae no es ningún novato, ya se ha fogueado en el FEA y todo el asunto, pero lo que más me llega de su historia es su humildad. Él dice que sabe que no le puede agradar a todo el mundo, pero que su objetivo es cantar desde el corazón para llegarle a la gente, y especialmente, a su tata.
Aquí tenemos dos historias que son un reflejo de mucho de lo que es ser tico. Por un lado, la mamá que es un pulpo, que se multiplica y hace hasta lo imposible por sacar adelante a su familia, inspirando con el ejemplo. Y por el otro, el hijo que honra el legado, que toma un sueño familiar y lo convierte en su propia misión de vida, con un respeto que conmueve. Son dos caras de la misma moneda: la pasión, el brete duro y el poder de la familia como ancla y como combustible. Son esas historias humanas las que hacen que un concurso de canto deje de ser solo un show y se convierta en algo más real, más nuestro.
Al final, más allá de quién gane el concurso, creo que estos dos ya se llevaron el premio gordo. Natasha, con la admiración de sus hijos, y Manuel, con el orgullo de su papá. Eso es lo que queda cuando se apagan las luces. Pero abro el foro para que hablemos, porque estas son las varas que valen la pena. ¿Les llega más la historia de la mamá todoterreno o la del güila que cumple el sueño de su tata? O mejor aún, ¿conocen a alguien así, un mae o una güila con una historia de esas que merecen ser contadas?
Primero, hablemos de Natasha Alfaro. Vean, cuando uno lee la lista de bretes que tiene esta mujer, uno se queda pensando si el día de ella tiene 48 horas. Es maquillista, empresaria, masajista, lashista, animadora, cantante y, por si fuera poco, estudiante de arquitectura. ¡Qué nivel de mujer! Es la definición andante de “pulsearla”. Puntarenense en Tibás, con tres güilas que dependen de ella. Y lo más chiva es que no lo ve como un sacrificio, sino como el motor. Ella misma cuenta que su abuela es su salvada, pero aun así, organizar ese despiche de agenda para no fallarles a sus hijos tiene un mérito enorme. La vara es que no solo se la juega por ella, sino que sus hijos la ven y la imitan. Ese es el verdadero premio: saber que tus hijos te ven como un ejemplo y se sienten orgullosos. Eso, maes, no lo compra nadie.
Por otro lado, está el compa Manuel Mora Hernández. Un güila de 18 años de Coronado. La historia de él es distinta, pero igual de potente. No canta solo por él, canta por su tata. Resulta que su papá siempre soñó con ser cantante, pero por cosas de la vida, el chunche no se le dio. Entonces, desde carajillo, le metió el gusanito de la música a su hijo. Y ahora, Manuel está en el escenario viviendo el sueño de los dos. ¡Qué chiva esa vara! Es una presión enorme, seguro, pero también debe ser una motivación increíble. El mae no es ningún novato, ya se ha fogueado en el FEA y todo el asunto, pero lo que más me llega de su historia es su humildad. Él dice que sabe que no le puede agradar a todo el mundo, pero que su objetivo es cantar desde el corazón para llegarle a la gente, y especialmente, a su tata.
Aquí tenemos dos historias que son un reflejo de mucho de lo que es ser tico. Por un lado, la mamá que es un pulpo, que se multiplica y hace hasta lo imposible por sacar adelante a su familia, inspirando con el ejemplo. Y por el otro, el hijo que honra el legado, que toma un sueño familiar y lo convierte en su propia misión de vida, con un respeto que conmueve. Son dos caras de la misma moneda: la pasión, el brete duro y el poder de la familia como ancla y como combustible. Son esas historias humanas las que hacen que un concurso de canto deje de ser solo un show y se convierta en algo más real, más nuestro.
Al final, más allá de quién gane el concurso, creo que estos dos ya se llevaron el premio gordo. Natasha, con la admiración de sus hijos, y Manuel, con el orgullo de su papá. Eso es lo que queda cuando se apagan las luces. Pero abro el foro para que hablemos, porque estas son las varas que valen la pena. ¿Les llega más la historia de la mamá todoterreno o la del güila que cumple el sueño de su tata? O mejor aún, ¿conocen a alguien así, un mae o una güila con una historia de esas que merecen ser contadas?