Mae, a veces entre tanto despiche de noticias, uno se topa con una que es un puro bálsamo. Pónganle atención a esta vara, que está demasiado tuanis: once piezas precolombinas, chunches de nuestros antepasados que andaban turisteando por Europa desde hace décadas, por fin están de vuelta en casa. Y no, no fue que la policía tica se fue a hacer un operativo en Países Bajos, la historia es todavía más chiva y nos deja con una sensación de que, a veces, la gente hace lo correcto.
Diay, resulta que toda la movida arrancó gracias a un doctor y arqueólogo aficionado de nombre Hans Feriz, que allá por los años 50 se vino a dar una vuelta por Centro y Sudamérica y, como quien no quiere la cosa, se armó una colección de artefactos. La vara es que este señor, al morir, dejó un montón de estos chereques en manos de su familia. Aquí es donde la historia se pone interesante: su hija, antes de fallecer, dejó por escrito en su testamento que quería que todo fuera devuelto a sus países de origen. ¡Imagínense el gesto! El hijo de ella, o sea, el nieto del coleccionista original, se puso la diez y se aseguró de cumplir esa última voluntad. Un brete de repatriación voluntaria, sin dramas legales, solo buena fe.
Y aquí es donde la vara se pone seria y profunda, porque esto no es solo de recuperar unas vasijas de barro viejas. Como dijo el embajador nuestro en La Haya, Arnoldo Brenes, en la ceremonia de entrega: “estos objetos no son solo piezas arqueológicas. Son testimonios vivos de nuestras raíces”. ¡Qué nivel de discurso! Tiene toda la razón. Cada una de esas 11 piezas es un WhatsApp que nos mandaron nuestros tatarabuelos indígenas hace cientos de años. Es un pedacito de nuestro ADN cultural que estaba perdido y que ahora vuelve para contarnos historias. El retorno de estas piezas precolombinas es algo carga para nuestra identidad, nos recuerda que este país no nació con el café ni con las carretas, sino mucho, mucho antes.
Obviamente, el Museo Nacional está que no se cambia por nadie. Su directora, Grettel Monge, lo describió como un acto de “justicia histórica y cultural”, y no podría estar más de acuerdo. Es como encontrar una foto perdida de la familia que ni sabías que existía. El museo, en conjunto con expertos de universidades de Kansas y Leiden, y por supuesto la Cancillería, se encargaron de hacer todo el estudio para confirmar que, en efecto, los chunches eran 100% de origen tico. Fue un trabajo en equipo a cachete que demuestra que cuando las instituciones se ponen las pilas, se logran varas increíbles.
Al final del día, esta noticia es un respiro. Saber que hay gente en el mundo dispuesta a devolver lo que por derecho e historia nos pertenece, es algo que renueva la fe. Estas 11 piezas precolombinas no son solo objetos para una vitrina del museo; son un recordatorio de que nuestra historia es más rica y compleja de lo que a veces recordamos en el día a día. Son un ancla a nuestro pasado y una brújula para entender quiénes somos. Ahora, les tiro la bola a ustedes, maes del foro. Más allá de lo tuanis que es la noticia, ¿qué CREEN que significa para nosotros, como ticos del 2025, recuperar estos pedacitos del pasado? ¿Nos cambia en algo la perspectiva o es solo una nota bonita para el periódico?
Diay, resulta que toda la movida arrancó gracias a un doctor y arqueólogo aficionado de nombre Hans Feriz, que allá por los años 50 se vino a dar una vuelta por Centro y Sudamérica y, como quien no quiere la cosa, se armó una colección de artefactos. La vara es que este señor, al morir, dejó un montón de estos chereques en manos de su familia. Aquí es donde la historia se pone interesante: su hija, antes de fallecer, dejó por escrito en su testamento que quería que todo fuera devuelto a sus países de origen. ¡Imagínense el gesto! El hijo de ella, o sea, el nieto del coleccionista original, se puso la diez y se aseguró de cumplir esa última voluntad. Un brete de repatriación voluntaria, sin dramas legales, solo buena fe.
Y aquí es donde la vara se pone seria y profunda, porque esto no es solo de recuperar unas vasijas de barro viejas. Como dijo el embajador nuestro en La Haya, Arnoldo Brenes, en la ceremonia de entrega: “estos objetos no son solo piezas arqueológicas. Son testimonios vivos de nuestras raíces”. ¡Qué nivel de discurso! Tiene toda la razón. Cada una de esas 11 piezas es un WhatsApp que nos mandaron nuestros tatarabuelos indígenas hace cientos de años. Es un pedacito de nuestro ADN cultural que estaba perdido y que ahora vuelve para contarnos historias. El retorno de estas piezas precolombinas es algo carga para nuestra identidad, nos recuerda que este país no nació con el café ni con las carretas, sino mucho, mucho antes.
Obviamente, el Museo Nacional está que no se cambia por nadie. Su directora, Grettel Monge, lo describió como un acto de “justicia histórica y cultural”, y no podría estar más de acuerdo. Es como encontrar una foto perdida de la familia que ni sabías que existía. El museo, en conjunto con expertos de universidades de Kansas y Leiden, y por supuesto la Cancillería, se encargaron de hacer todo el estudio para confirmar que, en efecto, los chunches eran 100% de origen tico. Fue un trabajo en equipo a cachete que demuestra que cuando las instituciones se ponen las pilas, se logran varas increíbles.
Al final del día, esta noticia es un respiro. Saber que hay gente en el mundo dispuesta a devolver lo que por derecho e historia nos pertenece, es algo que renueva la fe. Estas 11 piezas precolombinas no son solo objetos para una vitrina del museo; son un recordatorio de que nuestra historia es más rica y compleja de lo que a veces recordamos en el día a día. Son un ancla a nuestro pasado y una brújula para entender quiénes somos. Ahora, les tiro la bola a ustedes, maes del foro. Más allá de lo tuanis que es la noticia, ¿qué CREEN que significa para nosotros, como ticos del 2025, recuperar estos pedacitos del pasado? ¿Nos cambia en algo la perspectiva o es solo una nota bonita para el periódico?