Mae, parece que ya no hay rincón del país donde la venta de cochinadas no se esté metiendo. Esta vez le tocó el turno a Jicaral, allá en la península, un lugar que muchos todavía asocian con ridecitos de fin de semana y tranquilidad. Pues resulta que ni tan tranquilo. Este martes, la gente del Organismo de Investigación Judicial (OIJ) les cayó de sorpresa a unos sujetos que, al parecer, tenían un negocito bastante movido de venta de drogas en la zona. No fue un allanamiento, sino tres al mismo tiempo, un madrugonazo en toda regla para asegurarse de que a nadie le diera tiempo de esconder la evidencia o pegar carrera.
Diay, como casi siempre pasa en estas varas, todo arrancó por un pitazo. Hace como dos meses, alguien le pasó información confidencial a las autoridades, básicamente diciéndoles: "vean, en tal lado están pasando cosas raras". A partir de ahí, el OIJ empezó a hacer su brete de inteligencia. No es que llegaron al día siguiente a patear puertas, ¿verdad? Se tomaron su tiempo para seguirles la pista, documentar los movimientos y armar un caso sólido. Eso es clave, porque si no, los agarran y a los dos días un juez los tiene que soltar por falta de pruebas. Después de dos meses de vigilancia, ya tenían el rompecabezas armado y fue cuando decidieron que era el momento de actuar.
Aquí es donde la vara se pone... curiosa, por no decir otra cosa. Los detenidos no son el típico grupo de carajillos. Se trata de dos señores de apellidos Picado y Reyes, ambos de 60 años. ¡Sesenta, mae! A esa edad uno se imagina a la gente pensionada, jugando con los nietos o viendo tele. Pero no, estos maes al parecer estaban en otro tipo de negocio. Junto a ellos cayó también un muchacho de apellido Sandi, de 26 años. Vaya yunta, ¿no? La dinámica ahí adentro tuvo que haber sido interesante. Uno se pregunta qué lleva a personas de generaciones tan distintas a meterse en el mismo despiche. ¿Necesidad, pura y simple codicia o es que el mercado de la droga ya no discrimina por edad?
Y ojo, que no los agarraron con las manos vacías, ni mucho menos. Durante los allanamientos, el OIJ decomisó un montón de evidencia que ahora va a complicarles bastante la vida a los sospechosos. Entre los "chunches" que encontraron había plata en efectivo (que ahora tendrán que justificar de dónde salió), dosis de cocaína listas para la venta y, agárrense, 130 piedras de crack. Ciento treinta. Eso no es un mae vendiendo un purillo en una esquina para pagarse el almuerzo; esto ya suena a una red bien montada, con una logística que abastecía a una clientela considerable en Jicaral y sus alrededores. ¡Qué torta para la comunidad que tenía eso operando tan cerca!
Ahora, el trío dinámico fue remitido con un informe bien grueso al Ministerio Público, que es donde empieza el verdadero baile legal. Ahí se decidirá si les dictan prisión preventiva mientras sigue la investigación o qué otras medidas les imponen. Pero más allá del caso específico, esto deja una sensación agridulce. Por un lado, qué bien que el OIJ esté llegando a lugares que antes parecían fuera del radar. Pero por otro, es un baldazo de agua fría ver cómo el narcotráfico se sigue regando como una plaga por todo el país. Ya no es un problema exclusivo de los barrios del sur de Chepe o de las costas. Está en todas partes.
La pregunta que queda en el aire, y me gustaría saber qué piensan ustedes, es: ¿esto es una señal de que ya no queda pueblo 'tranquilo' en Costa Rica o es simplemente que el OIJ ahora sí está llegando a todos lados? ¿Ustedes qué creen, maes? ¿Es para preocuparse más o para aplaudir que los están agarrando?
Diay, como casi siempre pasa en estas varas, todo arrancó por un pitazo. Hace como dos meses, alguien le pasó información confidencial a las autoridades, básicamente diciéndoles: "vean, en tal lado están pasando cosas raras". A partir de ahí, el OIJ empezó a hacer su brete de inteligencia. No es que llegaron al día siguiente a patear puertas, ¿verdad? Se tomaron su tiempo para seguirles la pista, documentar los movimientos y armar un caso sólido. Eso es clave, porque si no, los agarran y a los dos días un juez los tiene que soltar por falta de pruebas. Después de dos meses de vigilancia, ya tenían el rompecabezas armado y fue cuando decidieron que era el momento de actuar.
Aquí es donde la vara se pone... curiosa, por no decir otra cosa. Los detenidos no son el típico grupo de carajillos. Se trata de dos señores de apellidos Picado y Reyes, ambos de 60 años. ¡Sesenta, mae! A esa edad uno se imagina a la gente pensionada, jugando con los nietos o viendo tele. Pero no, estos maes al parecer estaban en otro tipo de negocio. Junto a ellos cayó también un muchacho de apellido Sandi, de 26 años. Vaya yunta, ¿no? La dinámica ahí adentro tuvo que haber sido interesante. Uno se pregunta qué lleva a personas de generaciones tan distintas a meterse en el mismo despiche. ¿Necesidad, pura y simple codicia o es que el mercado de la droga ya no discrimina por edad?
Y ojo, que no los agarraron con las manos vacías, ni mucho menos. Durante los allanamientos, el OIJ decomisó un montón de evidencia que ahora va a complicarles bastante la vida a los sospechosos. Entre los "chunches" que encontraron había plata en efectivo (que ahora tendrán que justificar de dónde salió), dosis de cocaína listas para la venta y, agárrense, 130 piedras de crack. Ciento treinta. Eso no es un mae vendiendo un purillo en una esquina para pagarse el almuerzo; esto ya suena a una red bien montada, con una logística que abastecía a una clientela considerable en Jicaral y sus alrededores. ¡Qué torta para la comunidad que tenía eso operando tan cerca!
Ahora, el trío dinámico fue remitido con un informe bien grueso al Ministerio Público, que es donde empieza el verdadero baile legal. Ahí se decidirá si les dictan prisión preventiva mientras sigue la investigación o qué otras medidas les imponen. Pero más allá del caso específico, esto deja una sensación agridulce. Por un lado, qué bien que el OIJ esté llegando a lugares que antes parecían fuera del radar. Pero por otro, es un baldazo de agua fría ver cómo el narcotráfico se sigue regando como una plaga por todo el país. Ya no es un problema exclusivo de los barrios del sur de Chepe o de las costas. Está en todas partes.
La pregunta que queda en el aire, y me gustaría saber qué piensan ustedes, es: ¿esto es una señal de que ya no queda pueblo 'tranquilo' en Costa Rica o es simplemente que el OIJ ahora sí está llegando a todos lados? ¿Ustedes qué creen, maes? ¿Es para preocuparse más o para aplaudir que los están agarrando?