A ver, maes, toquemos un tema denso, de esos que le revuelven a uno el estómago y no precisamente por hambre. Porque una cosa es que alguien esté privado de libertad por un crimen y otra, muy diferente, es que el sistema lo trate peor que a un animal. Resulta que acaba de reventar una bomba sobre las condiciones en que se sirve la comida en el CAI Jorge Arturo Montero, que todos conocemos como La Reforma, específicamente en los módulos de máxima seguridad. Y si les digo que la situación es grave, me quedo corta. ¡Qué despiche el que se armó! Esto ya no es un tema de gustos, de si el arroz está masudo o no; esto es un asunto de dignidad humana que ya está en investigación penal por presunta tortura.
La vara salió a la luz gracias a una inspección del Mecanismo Nacional de Prevención de la Tortura, la gente de la Defensoría de los Habitantes que hace el brete de ir a ver que no se cometan salvajadas. Pónganle mente a la escena que encontraron: la comida, que aparentemente sale bien de la cocina, la terminan poniendo en el puro suelo para revisarla. Y no hablamos de un piso esterilizado, sino de uno que el mismo informe describe como sucio. Para rematar el cuadro, hay gatos merodeando por la zona. O sea, el protocolo de seguridad que se están jalando es una torta monumental que termina en una posible contaminación cruzada y un riesgo para la salud de cualquiera.
Pero ahí no termina el asunto. Después de ese manoseo insalubre, la comida llega fría a los privados de libertad. Y no, no se las dan en bandejitas decentes. Los reclusos tienen que ingeniárselas con tazas o, peor aún, ¡con bolsas plásticas! Imagínense tener que comer su único plato de comida caliente del día (que ya llegó frío) de una bolsa. Además, el informe señala que el jabón que les dan es tan poquito que ni siquiera pueden lavar bien esas tazas. A esto súmenle que la última comida se la dan a las 4 de la tarde. Si alguien tiene una condición médica o simplemente quiere cenar más tarde, tiene que comerse ese plato helado, con el riesgo de bacterias que eso implica.
Como era de esperarse, tanto los funcionarios como los mismos reclusos están hasta la coronilla con la situación. Los privados de libertad denuncian que la comida es poca, sabe mal, está mal cocinada y que varios han perdido peso. La vara ya escaló a nivel judicial y la Fiscalía de Probidad y Anticorrupción (Fapta) está investigando a varios funcionarios de la Policía Penitenciaria por abuso de autoridad y tortura. Esto no es un simple chisme de pasillo; incluso el exmagistrado Celso Gamboa, quien estuvo en ese módulo, figura como testigo y víctima en el caso que se está llevando en los Tribunales de San José.
Al final, este tema nos pone a pensar más allá de si los reos "se lo merecen" o no. La ley es clara, y hasta la Corte Interamericana de Derechos Humanos ha dicho que una alimentación deficiente es una violación a la integridad personal. Se supone que nuestro sistema busca rehabilitar, no degradar a las personas hasta el punto de negarles un plato de comida limpio y seguro. Esto nos deja muy mal parados como sociedad y pone en duda la capacidad del Estado para garantizar los derechos más básicos, incluso dentro de una cárcel.
Diay, maes, ¿qué opinan ustedes? ¿Es esto un 'mal necesario' de la mano dura contra el crimen o simplemente una salvajada que nos avergüenza como país?
La vara salió a la luz gracias a una inspección del Mecanismo Nacional de Prevención de la Tortura, la gente de la Defensoría de los Habitantes que hace el brete de ir a ver que no se cometan salvajadas. Pónganle mente a la escena que encontraron: la comida, que aparentemente sale bien de la cocina, la terminan poniendo en el puro suelo para revisarla. Y no hablamos de un piso esterilizado, sino de uno que el mismo informe describe como sucio. Para rematar el cuadro, hay gatos merodeando por la zona. O sea, el protocolo de seguridad que se están jalando es una torta monumental que termina en una posible contaminación cruzada y un riesgo para la salud de cualquiera.
Pero ahí no termina el asunto. Después de ese manoseo insalubre, la comida llega fría a los privados de libertad. Y no, no se las dan en bandejitas decentes. Los reclusos tienen que ingeniárselas con tazas o, peor aún, ¡con bolsas plásticas! Imagínense tener que comer su único plato de comida caliente del día (que ya llegó frío) de una bolsa. Además, el informe señala que el jabón que les dan es tan poquito que ni siquiera pueden lavar bien esas tazas. A esto súmenle que la última comida se la dan a las 4 de la tarde. Si alguien tiene una condición médica o simplemente quiere cenar más tarde, tiene que comerse ese plato helado, con el riesgo de bacterias que eso implica.
Como era de esperarse, tanto los funcionarios como los mismos reclusos están hasta la coronilla con la situación. Los privados de libertad denuncian que la comida es poca, sabe mal, está mal cocinada y que varios han perdido peso. La vara ya escaló a nivel judicial y la Fiscalía de Probidad y Anticorrupción (Fapta) está investigando a varios funcionarios de la Policía Penitenciaria por abuso de autoridad y tortura. Esto no es un simple chisme de pasillo; incluso el exmagistrado Celso Gamboa, quien estuvo en ese módulo, figura como testigo y víctima en el caso que se está llevando en los Tribunales de San José.
Al final, este tema nos pone a pensar más allá de si los reos "se lo merecen" o no. La ley es clara, y hasta la Corte Interamericana de Derechos Humanos ha dicho que una alimentación deficiente es una violación a la integridad personal. Se supone que nuestro sistema busca rehabilitar, no degradar a las personas hasta el punto de negarles un plato de comida limpio y seguro. Esto nos deja muy mal parados como sociedad y pone en duda la capacidad del Estado para garantizar los derechos más básicos, incluso dentro de una cárcel.
Diay, maes, ¿qué opinan ustedes? ¿Es esto un 'mal necesario' de la mano dura contra el crimen o simplemente una salvajada que nos avergüenza como país?