Diay, maes, ¿cómo les va? Hoy vengo a hablar de una vara que de verdad me tiene con el pelo parado. Con esto del Día del Niño y la celebración, todo es muy bonito, los regalos, las salidas... pero hay una realidad paralela que está explotando y parece que no le estamos poniendo suficiente atención. Mientras uno cree que el güila está feliz de la vida construyendo mundos en Minecraft o ganando una partida en Fortnite, puede que en segundo plano le esté regalando los datos de la tarjeta a un vivazo en cualquier parte del mundo. La torta que nos podemos jalar como papás, tíos o hermanos mayores por no estar en todas es, sinceramente, monumental.
La vara es que el acceso que tienen los chiquitos a la tecnología es total. Un güila de ocho años hoy maneja un celular o una tablet mejor que muchos de nosotros, y ese es el problema. Para ellos, el dinero digital no existe; es un concepto abstracto. Darle clic a "comprar" un skin nuevo, unas monedas virtuales o un accesorio brillante es como agarrar un confite. No sienten el golpe. Y los estafadores lo saben. Crean anuncios ultra llamativos, ofertas que parecen demasiado buenas para ser verdad y hasta se meten en los chats de los juegos a pedir "información para verificar la cuenta". Y ahí es donde la seguridad de toda la familia se puede ir al traste por un despiste de un minuto.
Y no es que yo me lo esté inventando. La misma gente de la Oficina del Consumidor Financiero (OCF) pegó el grito al cielo. El director de la OCF, un mae que se llama Danilo Montero, lo puso clarísimo: no se trata de meter a los güilas en una burbuja y quitarles el chunche, porque eso es imposible. El mundo digital ya es su mundo. La misión nuestra es darles las herramientas para que no se los coman vivos. Es enseñarles que así como no le dan plata a un desconocido en la calle, tampoco pueden darle clic a cualquier enlace o pasarle la contraseña de algo a un supuesto "amigo" del juego. Es pura educación financiera y malicia digital, y urge empezar desde ya.
Entonces, ¿qué hacemos para no terminar salados y con la cuenta en cero? Según la OCF, la solución no es mágica, pero requiere brete: hablar con los güilas. Sentarse con ellos y explicarles el manual de supervivencia digital. Primero, la regla de oro: NUNCA, pero NUNCA, se comparten contraseñas ni datos personales. Ni la dirección de la casa, ni el teléfono, ni mucho menos la info de las tarjetas. Segundo: enseñarles a desconfiar. Si algo promete un premio increíble por no hacer nada, es una trampa. Ese enlace que dice "¡Ganaste 1000 gemas gratis!" es el anzuelo. Y tercero, y quizás lo más importante: crear un ambiente de confianza para que si algo les parece raro o los incomoda, corran a contárselo a uno sin miedo a que los regañen o les quiten el celular.
Toda esta hablada no es un caso aislado. Es parte de un despiche nacional que nos afecta a todos. De hecho, la OCF tiene una campaña buenísima que se llama "A Mí También Me Pasó", que busca precisamente eso: que la gente entienda que cualquiera puede caer, y los güilas, por su inocencia, son el blanco perfecto. La prevención es la única arma que tenemos, y esa vara empieza en la casa, en la conversación del día a día. Si no, vamos a criar una generación de genios digitales que, paradójicamente, van a ser las víctimas más fáciles. La pregunta del millón es: ¿estamos haciendo lo suficiente en casa o estamos esperando a que nos vacíen la cuenta para empezar a hablar de esto? ¿Qué opinan ustedes, maes? ¿Exagero o la procesión va por dentro?
La vara es que el acceso que tienen los chiquitos a la tecnología es total. Un güila de ocho años hoy maneja un celular o una tablet mejor que muchos de nosotros, y ese es el problema. Para ellos, el dinero digital no existe; es un concepto abstracto. Darle clic a "comprar" un skin nuevo, unas monedas virtuales o un accesorio brillante es como agarrar un confite. No sienten el golpe. Y los estafadores lo saben. Crean anuncios ultra llamativos, ofertas que parecen demasiado buenas para ser verdad y hasta se meten en los chats de los juegos a pedir "información para verificar la cuenta". Y ahí es donde la seguridad de toda la familia se puede ir al traste por un despiste de un minuto.
Y no es que yo me lo esté inventando. La misma gente de la Oficina del Consumidor Financiero (OCF) pegó el grito al cielo. El director de la OCF, un mae que se llama Danilo Montero, lo puso clarísimo: no se trata de meter a los güilas en una burbuja y quitarles el chunche, porque eso es imposible. El mundo digital ya es su mundo. La misión nuestra es darles las herramientas para que no se los coman vivos. Es enseñarles que así como no le dan plata a un desconocido en la calle, tampoco pueden darle clic a cualquier enlace o pasarle la contraseña de algo a un supuesto "amigo" del juego. Es pura educación financiera y malicia digital, y urge empezar desde ya.
Entonces, ¿qué hacemos para no terminar salados y con la cuenta en cero? Según la OCF, la solución no es mágica, pero requiere brete: hablar con los güilas. Sentarse con ellos y explicarles el manual de supervivencia digital. Primero, la regla de oro: NUNCA, pero NUNCA, se comparten contraseñas ni datos personales. Ni la dirección de la casa, ni el teléfono, ni mucho menos la info de las tarjetas. Segundo: enseñarles a desconfiar. Si algo promete un premio increíble por no hacer nada, es una trampa. Ese enlace que dice "¡Ganaste 1000 gemas gratis!" es el anzuelo. Y tercero, y quizás lo más importante: crear un ambiente de confianza para que si algo les parece raro o los incomoda, corran a contárselo a uno sin miedo a que los regañen o les quiten el celular.
Toda esta hablada no es un caso aislado. Es parte de un despiche nacional que nos afecta a todos. De hecho, la OCF tiene una campaña buenísima que se llama "A Mí También Me Pasó", que busca precisamente eso: que la gente entienda que cualquiera puede caer, y los güilas, por su inocencia, son el blanco perfecto. La prevención es la única arma que tenemos, y esa vara empieza en la casa, en la conversación del día a día. Si no, vamos a criar una generación de genios digitales que, paradójicamente, van a ser las víctimas más fáciles. La pregunta del millón es: ¿estamos haciendo lo suficiente en casa o estamos esperando a que nos vacíen la cuenta para empezar a hablar de esto? ¿Qué opinan ustedes, maes? ¿Exagero o la procesión va por dentro?