2.1 millones de razones para preocuparnos: El odio en redes nos está ahogando

Estudiante Periodismo

Moderador en Noticias
Forero Regular
Maes, a veces uno lee una noticia y tiene que parar en seco, respirar y preguntarse en qué momento se jodió todo. Hoy me pasó. Resulta que la ONU acaba de soltar su informe anual sobre discursos de odio en el país y, para serles brutalmente honesta, los números son para sentarse a llorar. Estamos hablando de 2.1 millones de mensajes de odio en un solo año. No son 100, no son mil. Son más de dos millones de publicaciones cargadas de veneno, circulando por las mismas redes donde subimos fotos del paseo a la playa o del chifrijo del fin de semana. ¡Qué despiche! Esto ya no es un tema de “haters” aislados; es una epidemia digital que se nos está yendo de las manos y que, según la misma ONU, no para de crecer desde 2021.

Vamos al grano, porque el informe no se anda por las ramas. ¿De dónde sale la mayor parte de esta basura? El estudio es clarísimo: siete de cada diez de estos mensajes son escritos por hombres, y la cloaca principal es X (antes Twitter). Sí, esa misma red que muchos usamos para informarnos o para reírnos con memes se ha convertido en el campo de batalla predilecto para destilar odio. Es un 58% del total, una barbaridad. El informe dice que el tono es “cada vez más violento y personalizado”. O sea, ya no es solo tirar una piedra y esconder la mano; ahora van con nombre, apellido y con ganas de hacer daño de verdad, sin filtros y a la vista de todos. Es como si una parte del país hubiera decidido que la empatía es opcional y que el anonimato (o la distancia) les da licencia para ser la peor versión de sí mismos.

Y diay, ¿quiénes son los que se llevan la peor parte? La respuesta, lamentablemente, no sorprende. Los ataques se concentran con una saña particular en las mujeres (casi medio millón de ataques), la población LGBTIQ+ y los políticos o la institucionalidad. En el caso de las mujeres, los mensajes buscan descalificar, callar y justificar la violencia contra ellas. Si una mujer alza la voz, sobre todo si es líder en algún campo, prepárese para la avalancha. Con la comunidad LGBTIQ+, la cosa es aún más alarmante: los ataques crecieron un 344%. ¡Un 344%! Es una cifra demencial, impulsada por estereotipos retrógradas que insisten en vincular la orientación sexual con “enfermedades” o “adoctrinamiento”. Mientras tanto, más de medio millón de mensajes se dedican a atacar la democracia, a los poderes del Estado y a cualquiera que represente la institucionalidad. Toda nuestra convivencia se está yendo al traste, tuit a tuit.

Lo más peligroso de todo esto es que ya no es un juego. La coordinadora de la ONU, Allegra Baiocchi, lo dijo clarito: esto pone en jaque la democracia. Si a las mujeres las atacan sistemáticamente por participar en política, muchas van a dar un paso al costado. Y como dijo ella, “sin mujeres, no hay democracia plena”. Punto. Si los periodistas (que también se llevaron 144.000 mensajitos de amor) son acosados por hacer su brete, la libertad de prensa se debilita. Si la gente empieza a tener miedo de opinar por la violencia que puede recibir a cambio, la libertad de expresión se convierte en un chiste. Si pensamos que esto no nos afecta a todos porque “yo no uso X” o “a mí no me insultan”, estamos bien salados. Normalizar este ambiente es abrirle la puerta a que la injusticia se vuelva paisaje.

La ONU propone varias salidas: regular algoritmos para que no premien la polarización, meterle más fuerte a la educación en derechos humanos en escuelas y coles, y crear protocolos para atender los ataques. Todo eso suena muy bien en el papel, pero se siente como tratar de vaciar el océano con un balde. Al final, la tecnología solo amplifica lo que ya somos. Y lo que estamos viendo es un reflejo bien feo de una parte de nuestra sociedad. Por eso les pregunto a ustedes, aquí en el foro: más allá de lo que haga el gobierno o las grandes plataformas, ¿qué nos toca a nosotros como ciudadanos de a pie? ¿Cómo le bajamos el volumen al odio en nuestro propio círculo, en el día a día? ¿O ya esta es una vara que se nos salió completamente de control y solo nos queda aguantar el chaparrón?
 
y lo màs preocupante es que se ven afectados también los niños y adolescentes, que cada vez estàn màs presentes en las redes
 
Maes, a veces uno lee una noticia y tiene que parar en seco, respirar y preguntarse en qué momento se jodió todo. Hoy me pasó. Resulta que la ONU acaba de soltar su informe anual sobre discursos de odio en el país y, para serles brutalmente honesta, los números son para sentarse a llorar. Estamos hablando de 2.1 millones de mensajes de odio en un solo año. No son 100, no son mil. Son más de dos millones de publicaciones cargadas de veneno, circulando por las mismas redes donde subimos fotos del paseo a la playa o del chifrijo del fin de semana. ¡Qué despiche! Esto ya no es un tema de “haters” aislados; es una epidemia digital que se nos está yendo de las manos y que, según la misma ONU, no para de crecer desde 2021.

Vamos al grano, porque el informe no se anda por las ramas. ¿De dónde sale la mayor parte de esta basura? El estudio es clarísimo: siete de cada diez de estos mensajes son escritos por hombres, y la cloaca principal es X (antes Twitter). Sí, esa misma red que muchos usamos para informarnos o para reírnos con memes se ha convertido en el campo de batalla predilecto para destilar odio. Es un 58% del total, una barbaridad. El informe dice que el tono es “cada vez más violento y personalizado”. O sea, ya no es solo tirar una piedra y esconder la mano; ahora van con nombre, apellido y con ganas de hacer daño de verdad, sin filtros y a la vista de todos. Es como si una parte del país hubiera decidido que la empatía es opcional y que el anonimato (o la distancia) les da licencia para ser la peor versión de sí mismos.

Y diay, ¿quiénes son los que se llevan la peor parte? La respuesta, lamentablemente, no sorprende. Los ataques se concentran con una saña particular en las mujeres (casi medio millón de ataques), la población LGBTIQ+ y los políticos o la institucionalidad. En el caso de las mujeres, los mensajes buscan descalificar, callar y justificar la violencia contra ellas. Si una mujer alza la voz, sobre todo si es líder en algún campo, prepárese para la avalancha. Con la comunidad LGBTIQ+, la cosa es aún más alarmante: los ataques crecieron un 344%. ¡Un 344%! Es una cifra demencial, impulsada por estereotipos retrógradas que insisten en vincular la orientación sexual con “enfermedades” o “adoctrinamiento”. Mientras tanto, más de medio millón de mensajes se dedican a atacar la democracia, a los poderes del Estado y a cualquiera que represente la institucionalidad. Toda nuestra convivencia se está yendo al traste, tuit a tuit.

Lo más peligroso de todo esto es que ya no es un juego. La coordinadora de la ONU, Allegra Baiocchi, lo dijo clarito: esto pone en jaque la democracia. Si a las mujeres las atacan sistemáticamente por participar en política, muchas van a dar un paso al costado. Y como dijo ella, “sin mujeres, no hay democracia plena”. Punto. Si los periodistas (que también se llevaron 144.000 mensajitos de amor) son acosados por hacer su brete, la libertad de prensa se debilita. Si la gente empieza a tener miedo de opinar por la violencia que puede recibir a cambio, la libertad de expresión se convierte en un chiste. Si pensamos que esto no nos afecta a todos porque “yo no uso X” o “a mí no me insultan”, estamos bien salados. Normalizar este ambiente es abrirle la puerta a que la injusticia se vuelva paisaje.

La ONU propone varias salidas: regular algoritmos para que no premien la polarización, meterle más fuerte a la educación en derechos humanos en escuelas y coles, y crear protocolos para atender los ataques. Todo eso suena muy bien en el papel, pero se siente como tratar de vaciar el océano con un balde. Al final, la tecnología solo amplifica lo que ya somos. Y lo que estamos viendo es un reflejo bien feo de una parte de nuestra sociedad. Por eso les pregunto a ustedes, aquí en el foro: más allá de lo que haga el gobierno o las grandes plataformas, ¿qué nos toca a nosotros como ciudadanos de a pie? ¿Cómo le bajamos el volumen al odio en nuestro propio círculo, en el día a día? ¿O ya esta es una vara que se nos salió completamente de control y solo nos queda aguantar el chaparrón?
Mucho odio y violencia en nuestra sociedad, en estos últimos años la gente se a polarizado mucho
 
Maes, a veces uno lee una noticia y tiene que parar en seco, respirar y preguntarse en qué momento se jodió todo. Hoy me pasó. Resulta que la ONU acaba de soltar su informe anual sobre discursos de odio en el país y, para serles brutalmente honesta, los números son para sentarse a llorar. Estamos hablando de 2.1 millones de mensajes de odio en un solo año. No son 100, no son mil. Son más de dos millones de publicaciones cargadas de veneno, circulando por las mismas redes donde subimos fotos del paseo a la playa o del chifrijo del fin de semana. ¡Qué despiche! Esto ya no es un tema de “haters” aislados; es una epidemia digital que se nos está yendo de las manos y que, según la misma ONU, no para de crecer desde 2021.

Vamos al grano, porque el informe no se anda por las ramas. ¿De dónde sale la mayor parte de esta basura? El estudio es clarísimo: siete de cada diez de estos mensajes son escritos por hombres, y la cloaca principal es X (antes Twitter). Sí, esa misma red que muchos usamos para informarnos o para reírnos con memes se ha convertido en el campo de batalla predilecto para destilar odio. Es un 58% del total, una barbaridad. El informe dice que el tono es “cada vez más violento y personalizado”. O sea, ya no es solo tirar una piedra y esconder la mano; ahora van con nombre, apellido y con ganas de hacer daño de verdad, sin filtros y a la vista de todos. Es como si una parte del país hubiera decidido que la empatía es opcional y que el anonimato (o la distancia) les da licencia para ser la peor versión de sí mismos.

Y diay, ¿quiénes son los que se llevan la peor parte? La respuesta, lamentablemente, no sorprende. Los ataques se concentran con una saña particular en las mujeres (casi medio millón de ataques), la población LGBTIQ+ y los políticos o la institucionalidad. En el caso de las mujeres, los mensajes buscan descalificar, callar y justificar la violencia contra ellas. Si una mujer alza la voz, sobre todo si es líder en algún campo, prepárese para la avalancha. Con la comunidad LGBTIQ+, la cosa es aún más alarmante: los ataques crecieron un 344%. ¡Un 344%! Es una cifra demencial, impulsada por estereotipos retrógradas que insisten en vincular la orientación sexual con “enfermedades” o “adoctrinamiento”. Mientras tanto, más de medio millón de mensajes se dedican a atacar la democracia, a los poderes del Estado y a cualquiera que represente la institucionalidad. Toda nuestra convivencia se está yendo al traste, tuit a tuit.

Lo más peligroso de todo esto es que ya no es un juego. La coordinadora de la ONU, Allegra Baiocchi, lo dijo clarito: esto pone en jaque la democracia. Si a las mujeres las atacan sistemáticamente por participar en política, muchas van a dar un paso al costado. Y como dijo ella, “sin mujeres, no hay democracia plena”. Punto. Si los periodistas (que también se llevaron 144.000 mensajitos de amor) son acosados por hacer su brete, la libertad de prensa se debilita. Si la gente empieza a tener miedo de opinar por la violencia que puede recibir a cambio, la libertad de expresión se convierte en un chiste. Si pensamos que esto no nos afecta a todos porque “yo no uso X” o “a mí no me insultan”, estamos bien salados. Normalizar este ambiente es abrirle la puerta a que la injusticia se vuelva paisaje.

La ONU propone varias salidas: regular algoritmos para que no premien la polarización, meterle más fuerte a la educación en derechos humanos en escuelas y coles, y crear protocolos para atender los ataques. Todo eso suena muy bien en el papel, pero se siente como tratar de vaciar el océano con un balde. Al final, la tecnología solo amplifica lo que ya somos. Y lo que estamos viendo es un reflejo bien feo de una parte de nuestra sociedad. Por eso les pregunto a ustedes, aquí en el foro: más allá de lo que haga el gobierno o las grandes plataformas, ¿qué nos toca a nosotros como ciudadanos de a pie? ¿Cómo le bajamos el volumen al odio en nuestro propio círculo, en el día a día? ¿O ya esta es una vara que se nos salió completamente de control y solo nos queda aguantar el chaparrón?
Hasta que da pereza ya las redes sociales
 
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