Maes, honestamente, a veces uno va al súper, agarra una lata de palmito para la ensalada del domingo y ni se imagina la historia que hay detrás de ese chunche. Uno piensa “ah, palmito” y sigue con la vida. Pero diay, resulta que detrás de muchas de esas latas hay una familia de Sarapiquí que se la jugó toda en los noventas y hoy le vende no solo a uno, sino a medio planeta. La vara es con la gente de Montaña Azul, y la verdad, es una de esas historias que le suben el ego tico a cualquiera.
Todo arrancó por allá, cuando el país apenas estaba aprendiendo a venderle al mundo algo más que café y banano. En medio de ese despiche de ideas, un señor llamado Víctor Arias Jiménez y su familia vieron un negociazo en el palmito. Pero no era solo comprar y revender, ¡qué va! Se mandaron a hacer todo el brete desde cero: sembrar la matita, cosechar el coquito, procesarlo y enlatarlo. Un control de calidad nivel leyenda que les permitió empezar a tocar puertas fuera de Tiquicia. Los primeros en probar la calidad de Sarapiquí fueron Puerto Rico y México, pero eso fue solo el calentamiento.
Lo que vino después fue un crecimiento que, viéndolo en retrospectiva, ¡qué nivel! Hoy, los productos de Montaña Azul se consiguen en Estados Unidos, Canadá, un montón de países en Europa, Asia... básicamente, si usted gira un globo terráqueo y pone el dedo en un país desarrollado, es probable que ahí haya algo de ellos. Y lo más tuanis es que no se quedaron pegados solo en el palmito. Pamela Arias, una de las hijas que ahora lleva las riendas, cuenta que el mercado manda. Empezaron a sacar piña enlatada, yuca, tiquisque, y hasta unas combinaciones que suenan a experimento de científico loco pero que la pegaron con todo, como piña con coco para Inglaterra o piña con ron para Europa. ¡A cachete!
Uno podría pensar que el secreto es una fórmula mágica o un contacto millonario, pero la realidad es mucho más sencilla y trabajadora. La clave, según ellos, es ir a ferias internacionales. No van solo a poner un stand bonito y a repartir muestras; van a escuchar, a pulsearla, a ver qué pide la gente. Pamela dice que esos eventos son como un “laboratorio vivo”, donde los mismos clientes les tiran ideas para productos nuevos. Esa agilidad para adaptarse es lo que los tiene donde están. Además, no le hacen feo a nada: le venden a supermercados, a restaurantes, a hoteles y hasta le maquilan a marcas gringas o europeas que quieren vender un producto con sello tico pero con su propio logo. Son unos cargas para los negocios.
Pero quizás la parte más chiva de toda esta vara es que no se olvidaron de dónde vienen. La planta sigue en Horquetas de Sarapiquí, dándole brete a un montón de familias de la zona. Tienen clarísimo que su éxito depende de sus colaboradores, y ese arraigo se siente. Es un recordatorio de que se puede construir un imperio sin necesidad de mover todo a la GAM o fuera del país. La historia de Montaña Azul es más que una empresa exitosa; es un mensaje directo a cualquier emprendedor que está dudando: hay que creérsela, mae. Como dice Pamela, Costa Rica como marca abre puertas, pero uno tiene que llegar con un producto de calidad y sin miedo a comerse el mundo.
En fin, la próxima vez que se hagan una ensaladita de palmito, acuérdense de esta gente. Ahora les pregunto a ustedes, maes: ¿Qué otras empresas ticas conocen que sean así de cracks, que la estén volando afuera y que quizás no tengan tanta bulla mediática? ¿Creen que el tico peca de modesto para venderse al mundo? ¡Los leo!
Todo arrancó por allá, cuando el país apenas estaba aprendiendo a venderle al mundo algo más que café y banano. En medio de ese despiche de ideas, un señor llamado Víctor Arias Jiménez y su familia vieron un negociazo en el palmito. Pero no era solo comprar y revender, ¡qué va! Se mandaron a hacer todo el brete desde cero: sembrar la matita, cosechar el coquito, procesarlo y enlatarlo. Un control de calidad nivel leyenda que les permitió empezar a tocar puertas fuera de Tiquicia. Los primeros en probar la calidad de Sarapiquí fueron Puerto Rico y México, pero eso fue solo el calentamiento.
Lo que vino después fue un crecimiento que, viéndolo en retrospectiva, ¡qué nivel! Hoy, los productos de Montaña Azul se consiguen en Estados Unidos, Canadá, un montón de países en Europa, Asia... básicamente, si usted gira un globo terráqueo y pone el dedo en un país desarrollado, es probable que ahí haya algo de ellos. Y lo más tuanis es que no se quedaron pegados solo en el palmito. Pamela Arias, una de las hijas que ahora lleva las riendas, cuenta que el mercado manda. Empezaron a sacar piña enlatada, yuca, tiquisque, y hasta unas combinaciones que suenan a experimento de científico loco pero que la pegaron con todo, como piña con coco para Inglaterra o piña con ron para Europa. ¡A cachete!
Uno podría pensar que el secreto es una fórmula mágica o un contacto millonario, pero la realidad es mucho más sencilla y trabajadora. La clave, según ellos, es ir a ferias internacionales. No van solo a poner un stand bonito y a repartir muestras; van a escuchar, a pulsearla, a ver qué pide la gente. Pamela dice que esos eventos son como un “laboratorio vivo”, donde los mismos clientes les tiran ideas para productos nuevos. Esa agilidad para adaptarse es lo que los tiene donde están. Además, no le hacen feo a nada: le venden a supermercados, a restaurantes, a hoteles y hasta le maquilan a marcas gringas o europeas que quieren vender un producto con sello tico pero con su propio logo. Son unos cargas para los negocios.
Pero quizás la parte más chiva de toda esta vara es que no se olvidaron de dónde vienen. La planta sigue en Horquetas de Sarapiquí, dándole brete a un montón de familias de la zona. Tienen clarísimo que su éxito depende de sus colaboradores, y ese arraigo se siente. Es un recordatorio de que se puede construir un imperio sin necesidad de mover todo a la GAM o fuera del país. La historia de Montaña Azul es más que una empresa exitosa; es un mensaje directo a cualquier emprendedor que está dudando: hay que creérsela, mae. Como dice Pamela, Costa Rica como marca abre puertas, pero uno tiene que llegar con un producto de calidad y sin miedo a comerse el mundo.
En fin, la próxima vez que se hagan una ensaladita de palmito, acuérdense de esta gente. Ahora les pregunto a ustedes, maes: ¿Qué otras empresas ticas conocen que sean así de cracks, que la estén volando afuera y que quizás no tengan tanta bulla mediática? ¿Creen que el tico peca de modesto para venderse al mundo? ¡Los leo!