Maes, ¿se acuerdan de toda la vara con el nombre del Palacio de los Deportes en Heredia? Bueno, parece que la novela por fin llega a su capítulo final, o al menos a uno decisivo. La alcaldesa de Heredia, Ángela Aguilar, le puso el pecho a las balas y anunció que la Alcaldía misma se va a encargar de quitarle las letras con el nombre de “Óscar Arias Sánchez” a la fachada del edificio. Esto viene después de que el Concejo Municipal se hiciera el ruso y le dijera que no a una moción que buscaba hacer exactamente lo mismo, pero de manera más directa. Así que, en resumen, la Muni le va a dar gas al trámite administrativo para que el nombre del Palacio quede como tiene que ser, según el papelito que les mandó la Comisión Nacional de Nomenclatura.
Aquí es donde la cosa se pone interesante, como un buen chisme de oficina. El Concejo Municipal, en una jugada digna de ajedrez político, básicamente dijo: “este brete no es nuestro”. El regidor José Daniel Berrocal fue el que se mandó con la moción para quitar el nombre de una vez por todas, pero el resto del Concejo prefirió no quemarse y le tiraron la bola caliente a la administración de la alcaldesa. Según Aguilar, la decisión está tomada y las letras se van sí o sí este mismo mes de setiembre. No es un capricho, nos dice, sino que están cumpliendo una orden directa de la Comisión de Nomenclatura, que es la que al final del día manda en estos enredos de cómo se deben llamar los chunches públicos. Así que el Concejo se lavó las manos, pero el resultado va a ser el mismo.
Y uno se pregunta, ¿diay, por qué tanto enredo por unas letras en una pared? Pues porque el nombre oficial, el que dictó el árbitro final de la mejenga (la Comisión), no incluye el nombre del expresidente. Con el cambio, el edificio se va a llamar, simple y llanamente, “Palacio de los Deportes Premio Nobel de la Paz”. Un nombre que, seamos honestos, busca quedar bien con Dios y con el diablo: honra el galardón, que es un hecho histórico innegable para el país, pero elegantemente omite a la figura que lo recibió. Es una solución salomónica para una controversia que lleva años cocinándose a fuego lento en la política florense y que refleja una discusión mucho más grande a nivel nacional.
Porque, claro, hablar de Óscar Arias en Costa Rica es como pedir casados sin lizano: simplemente no se puede evitar la discusión. Para una parte del país, es el arquitecto de la paz, el Nobel, una figura de talla mundial. Para otra, es el símbolo del TLC, de la reelección polémica y de un modelo de país que genera anticuerpos. Y ni hablemos de las acusaciones más recientes que han manchado su legado. Entonces, ponerle su nombre a un edificio público se convirtió en una declaración política que no todo el mundo estaba dispuesto a aceptar. Quitarlo, ahora, es también una declaración. Es el reflejo de cómo las figuras públicas son reevaluadas con el tiempo y cómo la memoria histórica no es algo estático, sino un campo de batalla constante.
Al final de cuentas, esta vara va más allá de un simple rótulo. Es un termómetro de cómo vemos nuestro pasado y a quienes lo protagonizaron. La decisión de la Alcaldía de Heredia cierra un capítulo, pero abre la puerta a una conversación mucho más profunda sobre a quiénes decidimos honrar en nuestros espacios públicos y por qué. Así que, en las próximas semanas, si pasan por el Palacio, verán cómo le quitan el “apellido” al chunche para dejar solo el logro. Ahora la pregunta del millón se la tiro a ustedes, maes del Foro: ¿Les parece que es una decisión correcta y ya era hora, o creen que es borrar una parte de la historia, para bien o para mal? ¿O al final del día, a nadie le importa y es puro circo político? ¡Abran el debate!
Aquí es donde la cosa se pone interesante, como un buen chisme de oficina. El Concejo Municipal, en una jugada digna de ajedrez político, básicamente dijo: “este brete no es nuestro”. El regidor José Daniel Berrocal fue el que se mandó con la moción para quitar el nombre de una vez por todas, pero el resto del Concejo prefirió no quemarse y le tiraron la bola caliente a la administración de la alcaldesa. Según Aguilar, la decisión está tomada y las letras se van sí o sí este mismo mes de setiembre. No es un capricho, nos dice, sino que están cumpliendo una orden directa de la Comisión de Nomenclatura, que es la que al final del día manda en estos enredos de cómo se deben llamar los chunches públicos. Así que el Concejo se lavó las manos, pero el resultado va a ser el mismo.
Y uno se pregunta, ¿diay, por qué tanto enredo por unas letras en una pared? Pues porque el nombre oficial, el que dictó el árbitro final de la mejenga (la Comisión), no incluye el nombre del expresidente. Con el cambio, el edificio se va a llamar, simple y llanamente, “Palacio de los Deportes Premio Nobel de la Paz”. Un nombre que, seamos honestos, busca quedar bien con Dios y con el diablo: honra el galardón, que es un hecho histórico innegable para el país, pero elegantemente omite a la figura que lo recibió. Es una solución salomónica para una controversia que lleva años cocinándose a fuego lento en la política florense y que refleja una discusión mucho más grande a nivel nacional.
Porque, claro, hablar de Óscar Arias en Costa Rica es como pedir casados sin lizano: simplemente no se puede evitar la discusión. Para una parte del país, es el arquitecto de la paz, el Nobel, una figura de talla mundial. Para otra, es el símbolo del TLC, de la reelección polémica y de un modelo de país que genera anticuerpos. Y ni hablemos de las acusaciones más recientes que han manchado su legado. Entonces, ponerle su nombre a un edificio público se convirtió en una declaración política que no todo el mundo estaba dispuesto a aceptar. Quitarlo, ahora, es también una declaración. Es el reflejo de cómo las figuras públicas son reevaluadas con el tiempo y cómo la memoria histórica no es algo estático, sino un campo de batalla constante.
Al final de cuentas, esta vara va más allá de un simple rótulo. Es un termómetro de cómo vemos nuestro pasado y a quienes lo protagonizaron. La decisión de la Alcaldía de Heredia cierra un capítulo, pero abre la puerta a una conversación mucho más profunda sobre a quiénes decidimos honrar en nuestros espacios públicos y por qué. Así que, en las próximas semanas, si pasan por el Palacio, verán cómo le quitan el “apellido” al chunche para dejar solo el logro. Ahora la pregunta del millón se la tiro a ustedes, maes del Foro: ¿Les parece que es una decisión correcta y ya era hora, o creen que es borrar una parte de la historia, para bien o para mal? ¿O al final del día, a nadie le importa y es puro circo político? ¡Abran el debate!