Maes, hay varas que simplemente no tienen nombre. Uno lee noticias y a veces se pregunta si vive en un país serio o en el set de una comedia de errores. La última joyita viene cortesía de Japdeva y su muelle turístico en Moín, la puerta de entrada para muchísimos turistas que van para Tortuguero. La vara es que el lugar es, para ponerlo en buen tico, un despiche de marca mayor. Estamos hablando de un sitio que recibe cruceristas, gente que viene con una idea de país verde y pura vida, y lo primero que se topan es un embarcadero que parece sacado de una película post-apocalíptica: dos años sin luz y seis meses sin agua. ¡Qué torta!
Lo más increíble, o quizás lo más tristemente tico, es la “solución” que encontraron los que pulsean el brete ahí. Según la denuncia que destapó CRHoy, los trabajadores tienen que ir a sacar agua del río Moín en baldes para poder usar los benditos servicios sanitarios. Imagínense la escena: un turista gringo o europeo, después de un viaje larguísimo, preguntando por el baño y usted señalándole un balde con agua de río. Es una vergüenza que va más allá de la simple negligencia; es un autosabotaje a la imagen turística del Caribe que tanto nos ha costado levantar. De verdad, qué sal la que tiene Limón a veces con sus propias instituciones.
Ahora, agárrense, porque aquí es donde el asunto pasa de ser un simple caso de abandono a un posible capítulo de “El que no debe ser nombrado”. Cuando le preguntaron a Japdeva qué diablos pasaba, la respuesta oficial fue… bueno, no hubo. Lo que hicieron fue referir a un comentario de Facebook de la presidenta ejecutiva, Sussy Wing. En esa respuesta, la señora básicamente se lavó las manos, diciendo que esos servicios se cedieron “de alguna manera” a una asociación local. “De alguna manera”. Esa frase es para enmarcarla. Es el epítome de la burocracia que se tira la bola. O sea, en lugar de dar la cara y solucionar el problema, se jalan una torta de este calibre y culpan a una asociación fantasma que nadie logra contactar.
Pero la vara se pone más turbia. El trabajador que soltó la sopa, y que obviamente no da el nombre por miedo a quedarse sin brete, tiró una bomba: dice que todo este abandono no es casualidad. Según él, la intención de Japdeva es dejar que ese muelle se vaya al traste por completo para que todo el mundo tenga que usar el embarcadero de La Pavona. ¿Y qué hay en La Pavona? ¡Bingo! Un restaurante y un parqueo de propiedad privada. De repente, el rompecabezas empieza a tener sentido. Ya no parece solo un caso de ineptitud, sino una posible jugada sucia para favorecer a un negocio particular a costillas de un bien público y de la imagen de toda una provincia.
Al final del día, este no es solo un muelle sin agua. Es un retrato perfecto de cómo funcionan algunas cosas en este país. Una institución que debería estar velando por el desarrollo del Atlántico parece estar más interesada en evadir responsabilidades o, peor aún, en tramar jugadas por debajo de la mesa. La falta de respuestas claras por parte de Japdeva solo alimenta la sospecha. Es un abandono que huele mal, que avergüenza y que nos deja con una pregunta flotando en el aire caribeño. Maes, ¿ustedes qué creen? ¿Es pura incompetencia y dejadez, o de verdad hay una jugada sucia para favorecer a otro negocio? ¿O las dos cosas? Los leo.
Lo más increíble, o quizás lo más tristemente tico, es la “solución” que encontraron los que pulsean el brete ahí. Según la denuncia que destapó CRHoy, los trabajadores tienen que ir a sacar agua del río Moín en baldes para poder usar los benditos servicios sanitarios. Imagínense la escena: un turista gringo o europeo, después de un viaje larguísimo, preguntando por el baño y usted señalándole un balde con agua de río. Es una vergüenza que va más allá de la simple negligencia; es un autosabotaje a la imagen turística del Caribe que tanto nos ha costado levantar. De verdad, qué sal la que tiene Limón a veces con sus propias instituciones.
Ahora, agárrense, porque aquí es donde el asunto pasa de ser un simple caso de abandono a un posible capítulo de “El que no debe ser nombrado”. Cuando le preguntaron a Japdeva qué diablos pasaba, la respuesta oficial fue… bueno, no hubo. Lo que hicieron fue referir a un comentario de Facebook de la presidenta ejecutiva, Sussy Wing. En esa respuesta, la señora básicamente se lavó las manos, diciendo que esos servicios se cedieron “de alguna manera” a una asociación local. “De alguna manera”. Esa frase es para enmarcarla. Es el epítome de la burocracia que se tira la bola. O sea, en lugar de dar la cara y solucionar el problema, se jalan una torta de este calibre y culpan a una asociación fantasma que nadie logra contactar.
Pero la vara se pone más turbia. El trabajador que soltó la sopa, y que obviamente no da el nombre por miedo a quedarse sin brete, tiró una bomba: dice que todo este abandono no es casualidad. Según él, la intención de Japdeva es dejar que ese muelle se vaya al traste por completo para que todo el mundo tenga que usar el embarcadero de La Pavona. ¿Y qué hay en La Pavona? ¡Bingo! Un restaurante y un parqueo de propiedad privada. De repente, el rompecabezas empieza a tener sentido. Ya no parece solo un caso de ineptitud, sino una posible jugada sucia para favorecer a un negocio particular a costillas de un bien público y de la imagen de toda una provincia.
Al final del día, este no es solo un muelle sin agua. Es un retrato perfecto de cómo funcionan algunas cosas en este país. Una institución que debería estar velando por el desarrollo del Atlántico parece estar más interesada en evadir responsabilidades o, peor aún, en tramar jugadas por debajo de la mesa. La falta de respuestas claras por parte de Japdeva solo alimenta la sospecha. Es un abandono que huele mal, que avergüenza y que nos deja con una pregunta flotando en el aire caribeño. Maes, ¿ustedes qué creen? ¿Es pura incompetencia y dejadez, o de verdad hay una jugada sucia para favorecer a otro negocio? ¿O las dos cosas? Los leo.