Diay, maes, seamos honestos. Más de uno ayer por la tarde estaba en medio de una reunión de brete por Teams a punto de salvar la tanda, o viendo el capítulo final de esa serie que los tenía pegados, cuando de repente… ¡PUM! El router se puso en modo árbol de Navidad con luces intermitentes y el internet se fue al traste. Si usted fue uno de los que reinició el chunche unas quince veces, le echó la culpa al vecino por “robarle” la señal y hasta consideró hacerle un ritual al módem, tranquilo, no fue solo usted. Fue un despiche a nivel nacional, cortesía de nuestros compas de Kölbi.
La vara es que, después del caos inicial y la avalancha de memes en las redes que sí funcionaban con datos de otros operadores, Kölbi soltó el comunicado oficial. ¿La razón del colapso digital? Un "doble corte de fibra óptica registrado en Panamá". ¡Qué torta! O sea, que todo nuestro universo digital, desde la UCR reportando que ni el internet cableado ni el inalámbrico servían, hasta nosotros tratando de pedir un Uber para salir el viernes por la noche, dependía de un par de cables que a alguien se le ocurrió dañar en el país vecino. El comunicado, con ese lenguaje corporativo que le encanta al ICE, hablaba de "compromiso y profesionalismo" y de "garantizar nuevamente la calidad y estabilidad que te merecés". Un discurso muy bonito, pero que llegó un par de horas después de que media Costa Rica ya había agotado sus planes de datos intentando averiguar qué pasaba.
Pero más allá de la molestia del momento, este episodio deja una pregunta flotando en el aire que es bastante más seria: ¿qué tan increíblemente frágil es nuestra conexión con el mundo? La idea de que una avería fuera de nuestras fronteras pueda paralizar de esta forma el internet fijo y móvil de la empresa estatal es, como mínimo, para sentarse a pensar. No estamos hablando de un problemita en un poste local; estamos hablando de que nuestra infraestructura nacional tiene un punto de fallo garrafal en otro país. Es como si la única carretera para entrar y salir de Chepe dependiera de un puente que está en Chiriquí. Simplemente no tiene sentido en un mundo donde estar conectado ya no es un lujo, sino la base sobre la que funciona casi todo: la educación, la economía y hasta las relaciones sociales.
El manejo de la crisis tampoco fue para tirar cohetes. Mientras miles de usuarios estaban a ciegas, reportando la falla desde las 2:00 p. m., la comunicación oficial se sintió tardía y un poco desconectada de la frustración real de la gente. Los técnicos, los maes que andan en la calle solucionando los bretes, sin duda se la jugaron para restablecer todo. A ellos, todo el respeto. Pero la estrategia de comunicación a nivel macro dejó mucho que desear. En lugar de un aviso proactivo y transparente tipo "Maes, salados, tenemos este problema serio en Panamá y estamos en esto", tuvimos que esperar a que el caos fuera evidente para recibir el parte oficial. La confianza no solo se construye con un servicio estable, sino también sabiendo cómo hablarle a tus clientes cuando todo se derrumba.
Al final, el servicio volvió y la vida digital siguió su curso. Pero el susto queda. Este apagonazo no fue solo una anécdota de viernes por la tarde, fue una advertencia en luces de neón sobre nuestra vulnerabilidad. Nos demostró que, a pesar de tanta hablada de transformación digital y de ser un "hub" tecnológico, un simple corte de cable a cientos de kilómetros nos puede dejar viendo para el ciprés. Y esa, maes, es la verdadera vara que debería preocuparnos.
Ahora les paso la bola a ustedes. Más allá del despiche de quedarse sin Netflix un viernes, ¿no creen que esta dependencia de un par de cables es una bomba de tiempo? ¿Qué tan preparados estamos realmente para un apagonazo digital en serio? Los leo.
La vara es que, después del caos inicial y la avalancha de memes en las redes que sí funcionaban con datos de otros operadores, Kölbi soltó el comunicado oficial. ¿La razón del colapso digital? Un "doble corte de fibra óptica registrado en Panamá". ¡Qué torta! O sea, que todo nuestro universo digital, desde la UCR reportando que ni el internet cableado ni el inalámbrico servían, hasta nosotros tratando de pedir un Uber para salir el viernes por la noche, dependía de un par de cables que a alguien se le ocurrió dañar en el país vecino. El comunicado, con ese lenguaje corporativo que le encanta al ICE, hablaba de "compromiso y profesionalismo" y de "garantizar nuevamente la calidad y estabilidad que te merecés". Un discurso muy bonito, pero que llegó un par de horas después de que media Costa Rica ya había agotado sus planes de datos intentando averiguar qué pasaba.
Pero más allá de la molestia del momento, este episodio deja una pregunta flotando en el aire que es bastante más seria: ¿qué tan increíblemente frágil es nuestra conexión con el mundo? La idea de que una avería fuera de nuestras fronteras pueda paralizar de esta forma el internet fijo y móvil de la empresa estatal es, como mínimo, para sentarse a pensar. No estamos hablando de un problemita en un poste local; estamos hablando de que nuestra infraestructura nacional tiene un punto de fallo garrafal en otro país. Es como si la única carretera para entrar y salir de Chepe dependiera de un puente que está en Chiriquí. Simplemente no tiene sentido en un mundo donde estar conectado ya no es un lujo, sino la base sobre la que funciona casi todo: la educación, la economía y hasta las relaciones sociales.
El manejo de la crisis tampoco fue para tirar cohetes. Mientras miles de usuarios estaban a ciegas, reportando la falla desde las 2:00 p. m., la comunicación oficial se sintió tardía y un poco desconectada de la frustración real de la gente. Los técnicos, los maes que andan en la calle solucionando los bretes, sin duda se la jugaron para restablecer todo. A ellos, todo el respeto. Pero la estrategia de comunicación a nivel macro dejó mucho que desear. En lugar de un aviso proactivo y transparente tipo "Maes, salados, tenemos este problema serio en Panamá y estamos en esto", tuvimos que esperar a que el caos fuera evidente para recibir el parte oficial. La confianza no solo se construye con un servicio estable, sino también sabiendo cómo hablarle a tus clientes cuando todo se derrumba.
Al final, el servicio volvió y la vida digital siguió su curso. Pero el susto queda. Este apagonazo no fue solo una anécdota de viernes por la tarde, fue una advertencia en luces de neón sobre nuestra vulnerabilidad. Nos demostró que, a pesar de tanta hablada de transformación digital y de ser un "hub" tecnológico, un simple corte de cable a cientos de kilómetros nos puede dejar viendo para el ciprés. Y esa, maes, es la verdadera vara que debería preocuparnos.
Ahora les paso la bola a ustedes. Más allá del despiche de quedarse sin Netflix un viernes, ¿no creen que esta dependencia de un par de cables es una bomba de tiempo? ¿Qué tan preparados estamos realmente para un apagonazo digital en serio? Los leo.