Maes, en serio. A veces uno se queja porque tiene que subir las gradas del brete o porque le dio pereza ir a la pulpe. Y mientras uno está en ese drama, hay un costarricense, Rafael Retana, un señor de 65 años, que se fue a Chamonix, Francia, a correr una de las varas más salvajes del trail running a nivel mundial: la OCC del Ultra Trail Montblanc. Y no, no fue a pasear. El mae corrió 61 kilómetros con un ascenso que marea solo de leerlo (más de 3,400 metros) y, para ponerle la cereza al pastel, se metió en el décimo lugar de su categoría. ¡Qué nivel!
La vara se pone todavía más increíble cuando uno se entera de que don Rafael no es de esos atletas que llevan toda la vida en esto. ¡Para nada! Empezó a correr hace apenas cuatro años. CUATRO. O sea, a los 61 años el señor apenas podía trotar dos kilómetros seguidos. Uno a los 30 ya anda con achaques y este mae, pasados los 60, decidió que lo suyo era devorar montañas. Fue la hermana la que lo metió en el mambo del trail, porque sentía que las medias maratones lo dejaban hecho leña y necesitaba más fuerza. Claramente, se lo tomó un poquitito en serio.
Pero diay, ¿cómo llega uno de trotar en la Sabana a competir en los Alpes? Con una disciplina de monje tibetano. Para poder siquiera entrar al sorteo de la carrera final, tuvo que coleccionar unas varas que llaman "Running Stones" en otras competencias internacionales. Se fue a Estados Unidos, a Quito, a donde hiciera falta para juntar sus "piedritas". Y la preparación fue una salvajada: para aclimatarse, se mandó 100 km en tres días en el cruce de Los Andes y le metía casi 200 km al mes a las piernas. Incluso contó que entrenaba en el calor de Carrillo, porque el año pasado en Francia el termómetro llegó a 45 grados. Hay que estar en otro plano existencial para prepararse para el frío europeo en pleno Guanacaste.
Y aquí es donde la historia se pone más carga. Don Rafael cuenta que en este tipo de pruebas, el cuerpo es solo la mitad de la ecuación; la mente es la que manda. "Si se cae mentalmente, se cae físicamente", dijo. Imagínense la escena: vas por un sendero durísimo, con las piernas a punto de pedir cacao, y empiezas a ver a otros corredores, seguro mucho más carajillos, tirados a la orilla del camino, "sentados, agotados, con dolores, completamente arrastrados". Mae, hay que tener una fortaleza mental de acero para ver eso y, en lugar de aflojar, seguir dándole. ¡Qué carga de mae!
Al final, la lección que nos deja don Rafael es un sopapo con la mano abierta para todas nuestras excusas. Su mensaje es directo: "Quiero decirles a todas las personas, especialmente a quienes tienen más de 50 años, que sí se puede. No hay nada imposible". Y la verdad es que su historia aplica para cualquiera, tenga la edad que tenga. Es la prueba viviente de que los límites, la mayoría de las veces, nos los ponemos nosotros mismos. Nos recuerda que nunca es tarde para encontrar una pasión y llevarla a un nivel que ni nosotros mismos nos creíamos capaces de alcanzar.
Diay, maes, ahora les pregunto a ustedes: ¿Cuál es la excusa más creativa que han usado últimamente para no moverse del sillón? Y más en serio, ¿conocen a alguien como don Rafael, gente que sin tanto show nos inspira a dejar de quejarnos y empezar a hacer las cosas? ¡Los leo!
La vara se pone todavía más increíble cuando uno se entera de que don Rafael no es de esos atletas que llevan toda la vida en esto. ¡Para nada! Empezó a correr hace apenas cuatro años. CUATRO. O sea, a los 61 años el señor apenas podía trotar dos kilómetros seguidos. Uno a los 30 ya anda con achaques y este mae, pasados los 60, decidió que lo suyo era devorar montañas. Fue la hermana la que lo metió en el mambo del trail, porque sentía que las medias maratones lo dejaban hecho leña y necesitaba más fuerza. Claramente, se lo tomó un poquitito en serio.
Pero diay, ¿cómo llega uno de trotar en la Sabana a competir en los Alpes? Con una disciplina de monje tibetano. Para poder siquiera entrar al sorteo de la carrera final, tuvo que coleccionar unas varas que llaman "Running Stones" en otras competencias internacionales. Se fue a Estados Unidos, a Quito, a donde hiciera falta para juntar sus "piedritas". Y la preparación fue una salvajada: para aclimatarse, se mandó 100 km en tres días en el cruce de Los Andes y le metía casi 200 km al mes a las piernas. Incluso contó que entrenaba en el calor de Carrillo, porque el año pasado en Francia el termómetro llegó a 45 grados. Hay que estar en otro plano existencial para prepararse para el frío europeo en pleno Guanacaste.
Y aquí es donde la historia se pone más carga. Don Rafael cuenta que en este tipo de pruebas, el cuerpo es solo la mitad de la ecuación; la mente es la que manda. "Si se cae mentalmente, se cae físicamente", dijo. Imagínense la escena: vas por un sendero durísimo, con las piernas a punto de pedir cacao, y empiezas a ver a otros corredores, seguro mucho más carajillos, tirados a la orilla del camino, "sentados, agotados, con dolores, completamente arrastrados". Mae, hay que tener una fortaleza mental de acero para ver eso y, en lugar de aflojar, seguir dándole. ¡Qué carga de mae!
Al final, la lección que nos deja don Rafael es un sopapo con la mano abierta para todas nuestras excusas. Su mensaje es directo: "Quiero decirles a todas las personas, especialmente a quienes tienen más de 50 años, que sí se puede. No hay nada imposible". Y la verdad es que su historia aplica para cualquiera, tenga la edad que tenga. Es la prueba viviente de que los límites, la mayoría de las veces, nos los ponemos nosotros mismos. Nos recuerda que nunca es tarde para encontrar una pasión y llevarla a un nivel que ni nosotros mismos nos creíamos capaces de alcanzar.
Diay, maes, ahora les pregunto a ustedes: ¿Cuál es la excusa más creativa que han usado últimamente para no moverse del sillón? Y más en serio, ¿conocen a alguien como don Rafael, gente que sin tanto show nos inspira a dejar de quejarnos y empezar a hacer las cosas? ¡Los leo!