Mae, hay historias que uno lee y de verdad que le vuela la jupa. La de Pamela Jones es una de esas que lo deja a uno pensando en el montón de varas raras que pasan en este mundo. Imagínese esto: con solo 15 años, la única salida que ve a una vida de abusos en su casa es casarse. Suena terrible, ¿verdad? Pues el problema es que esa supuesta “salida” terminó siendo un despiche todavía peor: una secta polígama donde su nuevo esposo le dijo, a la semana de casados, que ya andaba buscando a la siguiente esposa. Y para ella, eso era lo normal.
La vara es que Pamela creció en una comunidad fundamentalista mormona que se fue para México huyendo de las leyes gringas que prohíben la poligamia. Allá montaron su propio mundo, completamente aislados. Un lugar donde a las chiquitas las criaban con un solo objetivo en mente: ser esposas sumisas. Su único brete en la vida era casarse jóvenes, tener un montón de hijos y obedecer al marido sin chistar. No había chance de estudiar, de tener una carrera, ni siquiera de pensar por sí mismas. ¡Qué sal! Nacer en un lugar así, donde desde el día uno te cortan las alas y te dicen que tu única función es servir.
Durante años, Pamela vivió bajo ese sistema. Pasó de la autoridad de su tata a la de su esposo, en un ciclo que parecía no tener fin. Tuvo nueve hijos y vio cómo el sistema se preparaba para repetir la misma historia con ellos. Pero diay, como dicen, a veces el vaso se rebalsa. Un día, después de años de aguantar ese mate, la mae se armó de un valor que ya quisiera uno para un lunes por la mañana y decidió que ya era suficiente. No era solo por ella, era por el futuro de sus hijos. No es cualquier chunche tomar a nueve güilas y cruzar una frontera para empezar de cero, sin nada.
Y aquí es donde la historia se pone a cachete. Pamela y sus hijos lograron llegar a Estados Unidos y se instalaron en Minneapolis. Lejos de dejarse morir, la mae se puso las pilas: abrió su propio negocio de limpieza, se volvió a casar (esta vez por amor y en una relación monógama, por supuesto) y, lo más importante, empezó a sanar. Pasó de ser la güila callada y asustada a la que criaron para no hacer bulla, a ser una mujer que, como ella misma dice, aprendió no solo a usar su voz, sino a “rugir cuando era necesario”. ¡Qué carga esta mujer, en serio! ¡Qué nivel de resiliencia!
La historia de Pamela no es solo un chisme para leer un rato. Es un recordatorio de que, incluso en los rincones más oscuros y controladores, el espíritu humano puede encontrar una grieta para escapar hacia la luz. Su vida es la prueba de que se puede transformar el miedo en una fuerza imparable y la sumisión en un motor de cambio. Suena a película, pero es la vida real de una mujer que decidió reescribir su propio guion y el de sus hijos, mandando al carajo un destino que otros le habían impuesto.
Diay, gente, ¿qué opinan ustedes? ¿Creen que en Costa Rica, con toda nuestra vara del 'pura vida', podrían existir grupos así de cerrados y uno ni cuenta se da? O es que uno peca de inocente. ¡Los leo en los comentarios!
La vara es que Pamela creció en una comunidad fundamentalista mormona que se fue para México huyendo de las leyes gringas que prohíben la poligamia. Allá montaron su propio mundo, completamente aislados. Un lugar donde a las chiquitas las criaban con un solo objetivo en mente: ser esposas sumisas. Su único brete en la vida era casarse jóvenes, tener un montón de hijos y obedecer al marido sin chistar. No había chance de estudiar, de tener una carrera, ni siquiera de pensar por sí mismas. ¡Qué sal! Nacer en un lugar así, donde desde el día uno te cortan las alas y te dicen que tu única función es servir.
Durante años, Pamela vivió bajo ese sistema. Pasó de la autoridad de su tata a la de su esposo, en un ciclo que parecía no tener fin. Tuvo nueve hijos y vio cómo el sistema se preparaba para repetir la misma historia con ellos. Pero diay, como dicen, a veces el vaso se rebalsa. Un día, después de años de aguantar ese mate, la mae se armó de un valor que ya quisiera uno para un lunes por la mañana y decidió que ya era suficiente. No era solo por ella, era por el futuro de sus hijos. No es cualquier chunche tomar a nueve güilas y cruzar una frontera para empezar de cero, sin nada.
Y aquí es donde la historia se pone a cachete. Pamela y sus hijos lograron llegar a Estados Unidos y se instalaron en Minneapolis. Lejos de dejarse morir, la mae se puso las pilas: abrió su propio negocio de limpieza, se volvió a casar (esta vez por amor y en una relación monógama, por supuesto) y, lo más importante, empezó a sanar. Pasó de ser la güila callada y asustada a la que criaron para no hacer bulla, a ser una mujer que, como ella misma dice, aprendió no solo a usar su voz, sino a “rugir cuando era necesario”. ¡Qué carga esta mujer, en serio! ¡Qué nivel de resiliencia!
La historia de Pamela no es solo un chisme para leer un rato. Es un recordatorio de que, incluso en los rincones más oscuros y controladores, el espíritu humano puede encontrar una grieta para escapar hacia la luz. Su vida es la prueba de que se puede transformar el miedo en una fuerza imparable y la sumisión en un motor de cambio. Suena a película, pero es la vida real de una mujer que decidió reescribir su propio guion y el de sus hijos, mandando al carajo un destino que otros le habían impuesto.
Diay, gente, ¿qué opinan ustedes? ¿Creen que en Costa Rica, con toda nuestra vara del 'pura vida', podrían existir grupos así de cerrados y uno ni cuenta se da? O es que uno peca de inocente. ¡Los leo en los comentarios!
