Mae, hay días en que uno espera que la política sea, diay, el debate de altura que nos venden en los libros de cívica. Una vara seria, con datos, proyecciones y un cafecito a media tarde. La presentación del presupuesto del Ministerio de Seguridad para el 2026 en la Comisión de Asuntos Hacendarios tenía toda la pinta de ser uno de esos días. Números, planes, proyecciones… hasta que, como suele pasar en Cuesta de Moras, la cosa se puso color de hormiga y el debate técnico se fue al traste para dar paso a un encontronazo de egos que dejó a más de uno con vergüenza ajena.
Todo empezó a prenderse fuego cuando el diputado del Frente Amplio, Jonathan Acuña, sacó a relucir la última encuesta del CIEP. Ustedes la conocen, esa que dice que más del 60% de la gente siente que estamos peor en seguridad que hace un año. Un dato mata relato, dicen por ahí. Pero el ministro Mario Zamora no estaba para que le mataran el suyo. De una, refutó que el número era menor, que la tasa de homicidios bajó y, en lugar de quedarse ahí, decidió pasar a la ofensiva. Le tiró a Acuña que “su partido y mucha gente no hicieron nada”. Y ahí fue donde el ministro, en vez de manejar la situación con la calma que se le pide a un jerarca, se jaló una torta política de las buenas al recordarle al FA su “cogobierno” con el PAC. Una jugada que, en lugar de acallar las críticas, abrió la caja de Pandora.
Porque si pensábamos que la cosa terminaba ahí, estábamos muy equivocados. Entra en escena la socialcristiana Vanessa Castro, quien no se anduvo por las ramas y le soltó un “Señor ministro, qué vergüenza oírlo” que probablemente se escuchó hasta Zapote. Castro le reclamó humildad, recordándole que para un puesto así hay que entender la problemática completa del país. La respuesta de Zamora fue un sarcasmo puro: “Es usted muy humilde, le agradezco su humildad de tiempo”. ¡Qué despiche! Ya para ese punto, la discusión sobre si los ¢356 mil millones alcanzaban había pasado a un segundo plano. Y para rematar, Castro le tiró la frase lapidaria que todos deberíamos apuntar para futuras discusiones: “tranquilo, cálmese, que el suelo está parejo, no brinque”. Una joya del folclor político tico.
Cuando Eli Feinzaig, del Liberal Progresista, también dijo sentir vergüenza por la “total ausencia de autocrítica” del ministro, quedó claro que Zamora había perdido la sala. Ya no era un tema de un diputado de oposición; se había convertido en un consenso multipartidista sobre su actitud. La defensa del ministro fue el clásico “quieren darle un tinte político-electoral a la discusión”. Diay, es un argumento un poco gastado, ¿no? Es como el futbolista que le echa la culpa a la cancha después de fallar un penal. La vara es que su propio tono fue lo que politizó un brete que debía ser técnico, transformando la defensa de un presupuesto en un reality show de dimes y diretes.
Y al final, ¿qué quedó del presupuesto? Ah, sí, esa vara por la que se supone que estaban ahí. Aumenta en más de ¢31.000 millones, se usarán para 910 plazas nuevas y 130 patrullas, y se complementará con un préstamo del BID. Números importantes que quedaron sepultados bajo la prepotencia y el orgullo. La pregunta que flota en el aire no es si la plata va a alcanzar. La verdadera pregunta es si con esa actitud de "yo tengo la razón y ustedes son los culpables" se puede realmente construir un plan de seguridad que necesita del apoyo y la colaboración de todos los sectores del país. El ministro podrá tener sus datos, pero en política, las formas a veces importan tanto como el fondo.
Pero bueno, esa es mi lectura. Ahora les toca a ustedes. Más allá de los millones y las plazas nuevas, ¿qué les parece? ¿Tiene razón el ministro en defender su gestión a capa y espada, o se le pasó la mano y la prepotencia le ganó a los argumentos? ¿Así se supone que se discuten temas tan serios como la seguridad del país? Los leo, maes.
Todo empezó a prenderse fuego cuando el diputado del Frente Amplio, Jonathan Acuña, sacó a relucir la última encuesta del CIEP. Ustedes la conocen, esa que dice que más del 60% de la gente siente que estamos peor en seguridad que hace un año. Un dato mata relato, dicen por ahí. Pero el ministro Mario Zamora no estaba para que le mataran el suyo. De una, refutó que el número era menor, que la tasa de homicidios bajó y, en lugar de quedarse ahí, decidió pasar a la ofensiva. Le tiró a Acuña que “su partido y mucha gente no hicieron nada”. Y ahí fue donde el ministro, en vez de manejar la situación con la calma que se le pide a un jerarca, se jaló una torta política de las buenas al recordarle al FA su “cogobierno” con el PAC. Una jugada que, en lugar de acallar las críticas, abrió la caja de Pandora.
Porque si pensábamos que la cosa terminaba ahí, estábamos muy equivocados. Entra en escena la socialcristiana Vanessa Castro, quien no se anduvo por las ramas y le soltó un “Señor ministro, qué vergüenza oírlo” que probablemente se escuchó hasta Zapote. Castro le reclamó humildad, recordándole que para un puesto así hay que entender la problemática completa del país. La respuesta de Zamora fue un sarcasmo puro: “Es usted muy humilde, le agradezco su humildad de tiempo”. ¡Qué despiche! Ya para ese punto, la discusión sobre si los ¢356 mil millones alcanzaban había pasado a un segundo plano. Y para rematar, Castro le tiró la frase lapidaria que todos deberíamos apuntar para futuras discusiones: “tranquilo, cálmese, que el suelo está parejo, no brinque”. Una joya del folclor político tico.
Cuando Eli Feinzaig, del Liberal Progresista, también dijo sentir vergüenza por la “total ausencia de autocrítica” del ministro, quedó claro que Zamora había perdido la sala. Ya no era un tema de un diputado de oposición; se había convertido en un consenso multipartidista sobre su actitud. La defensa del ministro fue el clásico “quieren darle un tinte político-electoral a la discusión”. Diay, es un argumento un poco gastado, ¿no? Es como el futbolista que le echa la culpa a la cancha después de fallar un penal. La vara es que su propio tono fue lo que politizó un brete que debía ser técnico, transformando la defensa de un presupuesto en un reality show de dimes y diretes.
Y al final, ¿qué quedó del presupuesto? Ah, sí, esa vara por la que se supone que estaban ahí. Aumenta en más de ¢31.000 millones, se usarán para 910 plazas nuevas y 130 patrullas, y se complementará con un préstamo del BID. Números importantes que quedaron sepultados bajo la prepotencia y el orgullo. La pregunta que flota en el aire no es si la plata va a alcanzar. La verdadera pregunta es si con esa actitud de "yo tengo la razón y ustedes son los culpables" se puede realmente construir un plan de seguridad que necesita del apoyo y la colaboración de todos los sectores del país. El ministro podrá tener sus datos, pero en política, las formas a veces importan tanto como el fondo.
Pero bueno, esa es mi lectura. Ahora les toca a ustedes. Más allá de los millones y las plazas nuevas, ¿qué les parece? ¿Tiene razón el ministro en defender su gestión a capa y espada, o se le pasó la mano y la prepotencia le ganó a los argumentos? ¿Así se supone que se discuten temas tan serios como la seguridad del país? Los leo, maes.