Maes, a veces uno lee noticias que lo dejan con la boca abierta, y esta es una de esas. Resulta que el OIJ acaba de desarticular una banda de robacarros que, para ponerle la cereza al pastel, operaba como si nada al ladito de las torres más exclusivas de La Sabana. O sea, mientras unos estaban pagando un platal por un apartamento con “seguridad 24/7”, estos compas tenían montado el centro de operaciones a la par. ¡El nivel de descaro es de otro planeta! Bautizaron la investigación como el “Caso Torres”, y no es para menos, porque ahí fue donde empezó todo el despiche.
Lo más increíble de esta vara no es solo dónde operaban, sino cómo lo hacían. Olvídense del ladrón improvisado que se roba un chuzo por pura suerte. No, no. Esta gente tenía un sistema montado que ya lo quisiera más de una empresa formal en este país. El OIJ dice que el grupo era súper estructurado, liderado por un sujeto de apellido Cortés y hasta su esposa estaba metida en el brete. Funcionaban como un relojito: tenían un horario fijo de miércoles a domingo por la noche y roles bien definidos para cada miembro. Parecía más una startup que una banda de delincuentes. Un emprendimiento del mal, por decirlo así.
Y aquí es donde la historia se pone todavía más surrealista. ¿Saben cómo mantenían la lealtad de su gente? Con planilla y bonos por productividad. ¡Así como lo leen! El director del OIJ, Randall Zúñiga, explicó que a los miembros del grupo se les pagaba un salario semanal fijo de ₡75 mil, incluso si en la semana no lograban robarse ni un solo carro. ¡Ni en los mejores trabajos dan esa estabilidad! Pero si la cosa salía bien y se volaban un vehículo, el bono podía ir desde los ₡200 mil hasta los ₡600 mil, dependiendo si era un sedán o un SUV. Con razón lograron robarse 32 carros desde el 2023; la motivación económica estaba por los cielos.
El destino de los carros robados era el famoso “recaucho”. Para los que no están familiarizados, esto es básicamente un taller de Frankenstein para carros. Agarraban los vehículos que se robaban, los desarmaban y usaban las piezas buenas para “revivir” otros carros chocados o con problemas. Luego, esos carros “reconstruidos” los vendían en otras partes del país, y el comprador ni cuenta se daba de que su nuevo chuzo era un rompecabezas de partes robadas. El OIJ apenas ha logrado recuperar seis de los 32 carros, lo que demuestra lo eficiente que era la red para desaparecerlos. La operación para detenerlos fue masiva, con allanamientos desde Atenas y Desamparados hasta Siquirres.
Al final, es una buena noticia que los hayan agarrado, claro que sí. Un aplauso para el OIJ que se fajó con esta investigación. Pero la sensación que queda es agridulce. Saber que una organización tan profesional operaba con total impunidad en una de las zonas supuestamente más seguras de San José, te pone a pensar. Ya no se trata solo de no dejar el carro mal parqueado; se trata de una industria criminal que funciona con salarios, bonos y una logística impresionante. Pero diay, maes, más allá de este caso en particular... ¿a ustedes no les queda la impresión de que esta gente entra por una puerta y sale por la otra demasiado rápido? ¿O soy solo yo el que siente que cada vez hay que andar con más malicia, sin importar en qué parte del país uno viva?
Lo más increíble de esta vara no es solo dónde operaban, sino cómo lo hacían. Olvídense del ladrón improvisado que se roba un chuzo por pura suerte. No, no. Esta gente tenía un sistema montado que ya lo quisiera más de una empresa formal en este país. El OIJ dice que el grupo era súper estructurado, liderado por un sujeto de apellido Cortés y hasta su esposa estaba metida en el brete. Funcionaban como un relojito: tenían un horario fijo de miércoles a domingo por la noche y roles bien definidos para cada miembro. Parecía más una startup que una banda de delincuentes. Un emprendimiento del mal, por decirlo así.
Y aquí es donde la historia se pone todavía más surrealista. ¿Saben cómo mantenían la lealtad de su gente? Con planilla y bonos por productividad. ¡Así como lo leen! El director del OIJ, Randall Zúñiga, explicó que a los miembros del grupo se les pagaba un salario semanal fijo de ₡75 mil, incluso si en la semana no lograban robarse ni un solo carro. ¡Ni en los mejores trabajos dan esa estabilidad! Pero si la cosa salía bien y se volaban un vehículo, el bono podía ir desde los ₡200 mil hasta los ₡600 mil, dependiendo si era un sedán o un SUV. Con razón lograron robarse 32 carros desde el 2023; la motivación económica estaba por los cielos.
El destino de los carros robados era el famoso “recaucho”. Para los que no están familiarizados, esto es básicamente un taller de Frankenstein para carros. Agarraban los vehículos que se robaban, los desarmaban y usaban las piezas buenas para “revivir” otros carros chocados o con problemas. Luego, esos carros “reconstruidos” los vendían en otras partes del país, y el comprador ni cuenta se daba de que su nuevo chuzo era un rompecabezas de partes robadas. El OIJ apenas ha logrado recuperar seis de los 32 carros, lo que demuestra lo eficiente que era la red para desaparecerlos. La operación para detenerlos fue masiva, con allanamientos desde Atenas y Desamparados hasta Siquirres.
Al final, es una buena noticia que los hayan agarrado, claro que sí. Un aplauso para el OIJ que se fajó con esta investigación. Pero la sensación que queda es agridulce. Saber que una organización tan profesional operaba con total impunidad en una de las zonas supuestamente más seguras de San José, te pone a pensar. Ya no se trata solo de no dejar el carro mal parqueado; se trata de una industria criminal que funciona con salarios, bonos y una logística impresionante. Pero diay, maes, más allá de este caso en particular... ¿a ustedes no les queda la impresión de que esta gente entra por una puerta y sale por la otra demasiado rápido? ¿O soy solo yo el que siente que cada vez hay que andar con más malicia, sin importar en qué parte del país uno viva?