Diay, mae, uno se acuerda de sus tiempos en el cole y piensa en el bullying como algo más... análogo. El empujón en el pasillo, el apodo feo, el grupito que te dejaba por fuera en el recreo. Varas duras, sin duda, pero que de alguna forma se quedaban, en su mayoría, entre las paredes de la institución. Hoy, leyendo una nota de la gente de Canal Trece sobre una campaña del Colegio de Psicólogos, me cayó la peseta de que esa realidad ya no existe. La vara es que el bullying de ahora no solo es 24/7 gracias a los chunches que todos andamos en la bolsa, sino que se sofisticó, mutó y ahora habla un idioma que la mayoría de adultos simplemente no entiende.
Y ahí es donde la cosa se pone color de hormiga y, como sociedad, nos podemos jalar una torta monumental. Creemos que por ver que nuestros güilas están pegados al celular en su cuarto, están seguros. Pero en ese universo digital, se están librando batallas campales silenciosas. La campaña “Más love, menos bombing” del Colegio de Profesionales en Psicología (CPPCR) es un manotazo en la cara para despertarnos. Su objetivo es simple, pero importantísimo: traducirnos este nuevo dialecto de la agresión para que podamos, por lo menos, cachar cuando algo anda mal. Porque si un hijo llega a decirte que le están haciendo “gaslighting” y uno piensa que está hablando de un videojuego, el chance de ayudar se fue por el caño.
Agárrense, porque esto es como aprender otro idioma, uno bastante oscuro. La nota menciona varios términos que son el pan de cada día para los adolescentes. El “cringe”, por ejemplo, que es esa vergüenza ajena que se graba y se viraliza para humillar. O el “doxeo”, que es cuando alguien publica tu información privada —dónde vivís, a qué cole vas, el nombre de tus tatas— para que cualquiera te pueda joder. ¡Qué despiche! Es básicamente ponerle una diana en la espalda a alguien, pero en el mundo digital. Y ni hablemos del “love bombing”, que es especialmente retorcido: te llenan de atención y cariño para después manipularte y controlarte. Es una agresión disfrazada de afecto, y es increíblemente difícil de detectar si no sabés lo que estás buscando.
La psicóloga Ingrid Naranjo, una de las voceras, lo dijo clarísimo: la actitud de un adulto puede, literalmente, salvar una vida. Y no es un brete solo de los papás. Es de los profes que deben activar protocolos, de la gente en la comunidad que ve algo raro en el bus o en el parque, de los medios que informan. No se trata de volverse el FBI de las redes de sus hijos, sino de construir la confianza para que ellos puedan contar lo que les pasa, y de nosotros tener la mínima capacidad de entender de qué nos están hablando. Se trata de parar la oreja, de notar los cambios de humor, de preguntar no solo “¿cómo te fue en el cole?” sino “¿todo bien en línea?”.
Al final, esta campaña es más que un glosario de términos de moda. Es un recordatorio de que la brecha generacional es más grande y peligrosa que nunca. El bullying siempre ha existido, pero su capacidad de permear cada segundo de la vida de un adolescente es nueva. La soledad que puede sentir un carajillo que sufre de “exclusión digital” mientras sus papás están en la misma sala, pero en otro planeta tecnológico, es abrumadora. La prevención empieza por entender. Y entender, hoy más que nunca, significa aprender a hablar su idioma.
Pero ahora les pregunto a ustedes, maes del foro: Más allá de aprendernos los términos, ¿cómo hacemos para que esta vara no se quede en un simple post o una campaña de turno? ¿Qué más se puede hacer desde la casa, el cole, o hasta en la parada del bus para que no se nos vaya al traste una generación entera por no saber ‘hablar güila’?
Y ahí es donde la cosa se pone color de hormiga y, como sociedad, nos podemos jalar una torta monumental. Creemos que por ver que nuestros güilas están pegados al celular en su cuarto, están seguros. Pero en ese universo digital, se están librando batallas campales silenciosas. La campaña “Más love, menos bombing” del Colegio de Profesionales en Psicología (CPPCR) es un manotazo en la cara para despertarnos. Su objetivo es simple, pero importantísimo: traducirnos este nuevo dialecto de la agresión para que podamos, por lo menos, cachar cuando algo anda mal. Porque si un hijo llega a decirte que le están haciendo “gaslighting” y uno piensa que está hablando de un videojuego, el chance de ayudar se fue por el caño.
Agárrense, porque esto es como aprender otro idioma, uno bastante oscuro. La nota menciona varios términos que son el pan de cada día para los adolescentes. El “cringe”, por ejemplo, que es esa vergüenza ajena que se graba y se viraliza para humillar. O el “doxeo”, que es cuando alguien publica tu información privada —dónde vivís, a qué cole vas, el nombre de tus tatas— para que cualquiera te pueda joder. ¡Qué despiche! Es básicamente ponerle una diana en la espalda a alguien, pero en el mundo digital. Y ni hablemos del “love bombing”, que es especialmente retorcido: te llenan de atención y cariño para después manipularte y controlarte. Es una agresión disfrazada de afecto, y es increíblemente difícil de detectar si no sabés lo que estás buscando.
La psicóloga Ingrid Naranjo, una de las voceras, lo dijo clarísimo: la actitud de un adulto puede, literalmente, salvar una vida. Y no es un brete solo de los papás. Es de los profes que deben activar protocolos, de la gente en la comunidad que ve algo raro en el bus o en el parque, de los medios que informan. No se trata de volverse el FBI de las redes de sus hijos, sino de construir la confianza para que ellos puedan contar lo que les pasa, y de nosotros tener la mínima capacidad de entender de qué nos están hablando. Se trata de parar la oreja, de notar los cambios de humor, de preguntar no solo “¿cómo te fue en el cole?” sino “¿todo bien en línea?”.
Al final, esta campaña es más que un glosario de términos de moda. Es un recordatorio de que la brecha generacional es más grande y peligrosa que nunca. El bullying siempre ha existido, pero su capacidad de permear cada segundo de la vida de un adolescente es nueva. La soledad que puede sentir un carajillo que sufre de “exclusión digital” mientras sus papás están en la misma sala, pero en otro planeta tecnológico, es abrumadora. La prevención empieza por entender. Y entender, hoy más que nunca, significa aprender a hablar su idioma.
Pero ahora les pregunto a ustedes, maes del foro: Más allá de aprendernos los términos, ¿cómo hacemos para que esta vara no se quede en un simple post o una campaña de turno? ¿Qué más se puede hacer desde la casa, el cole, o hasta en la parada del bus para que no se nos vaya al traste una generación entera por no saber ‘hablar güila’?