Maes, a veces uno lee una noticia y se queda como... ¿en serio? Y no por lo sorprendente, sino por lo que dice de nosotros como sociedad. Hoy la vara viene desde la Vieja Metrópoli. Resulta que la Policía Municipal de Cartago se topó con una especie de farmacia ambulante, pero de las que uno definitivamente no quiere ser cliente. Detuvieron un carro en Los Diques y ¡pum! Se encontraron con un cargamento que para qué les cuento: más de 5,500 dosis de medicamentos ilegales. Un verdadero despiche que iba directo a venderse en la zona, sin receta, sin control y, por supuesto, sin ninguna garantía.
Lo más increíble es cómo se dio la vara. Iban dos maes y una güila en el carro, muy tranquilos por la vida. Cuando los paran, los oficiales se dan cuenta del montón de chunches que andaban. Y la doña, con toda la paz del mundo, les suelta a los pacos que sí, que todo eso era para la venta. ¡Así, sin anestesia! O sea, no solo andaban con el contrabando, sino que ni se molestaron en inventar una excusa. En total, la policía decomisó una lista que parece el inventario de un hospital: pastillas de 57 tipos, jarabes, cremas, inyectables, óvulos... de todo. No era cualquier choricillo, era un negocio montado sobre ruedas, listo para repartir salud de dudosa procedencia.
Y aquí es donde la cosa se pone más seria. Esto va mucho más allá de tres personas jalándose una torta y siendo atrapadas. Este tipo de "negocios" existe porque hay un mercado. Diay, seamos honestos, ¿quién no ha escuchado de alguien que compra pastillas "por la libre" para ahorrarse la consulta o porque no tiene seguro? El problema es que al comprar estos productos, uno no tiene la más mínima idea de qué se está metiendo al cuerpo. Puede ser un placebo de harina, un producto vencido hace años o, en el peor de los casos, algo que le puede provocar una reacción alérgica mortal. Es jugarse la vida por ahorrarse unos rojos.
Este decomiso es un excelente brete de la Municipal de Cartago, sin duda. Pero también es un síntoma de un problema mucho más profundo. Refleja la desesperación de alguna gente por conseguir tratamiento, pero también la malicia de otros que se aprovechan de esa necesidad. Es un ciclo peligroso: la gente necesita medicamentos, el sistema a veces no da abasto o es muy caro, y entonces aparecen estos "proveedores" que llenan el vacío con productos que podrían ser veneno. Al final, el plan de estos tres se fue al traste y terminaron salados, pero ¿cuántos otros andan por ahí haciendo lo mismo en este momento?
La pregunta que queda en el aire es bastante incómoda. ¿Cómo llegamos a esto? ¿Es un reflejo de las falencias de nuestro sistema de salud, de la falta de educación sobre los riesgos de la automedicación o simplemente de la viveza de unos pocos que no les importa en lo más mínimo la salud de los demás con tal de ganarse una plata? La línea entre la necesidad y la irresponsabilidad es muy delgada. Maes, ¿ustedes qué opinan? ¿Han visto algo así en sus comunidades? ¿Es culpa del que vende o del que compra?
Lo más increíble es cómo se dio la vara. Iban dos maes y una güila en el carro, muy tranquilos por la vida. Cuando los paran, los oficiales se dan cuenta del montón de chunches que andaban. Y la doña, con toda la paz del mundo, les suelta a los pacos que sí, que todo eso era para la venta. ¡Así, sin anestesia! O sea, no solo andaban con el contrabando, sino que ni se molestaron en inventar una excusa. En total, la policía decomisó una lista que parece el inventario de un hospital: pastillas de 57 tipos, jarabes, cremas, inyectables, óvulos... de todo. No era cualquier choricillo, era un negocio montado sobre ruedas, listo para repartir salud de dudosa procedencia.
Y aquí es donde la cosa se pone más seria. Esto va mucho más allá de tres personas jalándose una torta y siendo atrapadas. Este tipo de "negocios" existe porque hay un mercado. Diay, seamos honestos, ¿quién no ha escuchado de alguien que compra pastillas "por la libre" para ahorrarse la consulta o porque no tiene seguro? El problema es que al comprar estos productos, uno no tiene la más mínima idea de qué se está metiendo al cuerpo. Puede ser un placebo de harina, un producto vencido hace años o, en el peor de los casos, algo que le puede provocar una reacción alérgica mortal. Es jugarse la vida por ahorrarse unos rojos.
Este decomiso es un excelente brete de la Municipal de Cartago, sin duda. Pero también es un síntoma de un problema mucho más profundo. Refleja la desesperación de alguna gente por conseguir tratamiento, pero también la malicia de otros que se aprovechan de esa necesidad. Es un ciclo peligroso: la gente necesita medicamentos, el sistema a veces no da abasto o es muy caro, y entonces aparecen estos "proveedores" que llenan el vacío con productos que podrían ser veneno. Al final, el plan de estos tres se fue al traste y terminaron salados, pero ¿cuántos otros andan por ahí haciendo lo mismo en este momento?
La pregunta que queda en el aire es bastante incómoda. ¿Cómo llegamos a esto? ¿Es un reflejo de las falencias de nuestro sistema de salud, de la falta de educación sobre los riesgos de la automedicación o simplemente de la viveza de unos pocos que no les importa en lo más mínimo la salud de los demás con tal de ganarse una plata? La línea entre la necesidad y la irresponsabilidad es muy delgada. Maes, ¿ustedes qué opinan? ¿Han visto algo así en sus comunidades? ¿Es culpa del que vende o del que compra?